Por Eduardo Vargas Montenegro
Somos creadores de mundos, en potencia. Ese es nuestro destino: si lo asumimos, nos abrimos a la maravillosa espiral de la consciencia, que no tiene reversa.
Pese a los avances de las ciencias -algunos maravillosos desde la conexión esencial, otros alejados de la frecuencia del amor- aún no hemos logrado descubrir por esas vías el origen de la vida. Tampoco hemos logrado crearla, pues un óvulo y un espermatozoide son manifestaciones supremas que apenas hemos logrado juntar en una probeta. Sí, aquí estamos limitados, pero podemos superar esos límites en la medida en que ampliemos nuestra consciencia. Si bien el camino es largo, eso no quiere decir que sea inalcanzable o que nos tome muchas encarnaciones a lo largo de milenios y milenios. El Buda se iluminó en un instante; nosotros también podemos hacerlo, con un requisito previo: creer que es posible.
Tenemos la capacidad de re-crearnos día a día. También poseemos la potencialidad de co-crear al mundo.
Eso no es una tarea exclusiva de los inventores, escritores, artistas o personajes famosos, muchos de quienes han contribuido a que el mundo que habitamos sea mejor. Si estamos montados en esta diminuta esfera llamada Tierra y hacemos parte de la misma humanidad es porque tenemos un llamado a trascender: encarnamos, no solo con el propósito de crecer, eventualmente reproducirnos, hacer dinero y morir, sino porque la existencia es algo mucho más grande que lo evidente, aquello que solo es visible a los ojos que miden y cuantifican.
Estamos llamados espiritualmente a crear multiversos, para lo cual necesitamos primero crecer, creer. De momento nuestras creaciones tienen límite y no por ello dejan de ser maravillosas. Co-creamos con lo ya hecho, transformamos lo ya establecido.
Jugamos con palabras y podemos inventar otras, con fonemas antiguos. Hacemos una torta nunca antes hecha, pues combinamos en otras proporciones ingredientes ya creados. Pintamos un paisaje con perspectivas diferentes o componemos una pieza musical con las notas ya conocidas. ¿En qué nos inspiramos para co-crear? Pienso que ahí está la clave para trascender, lo cual no necesariamente implica la fama y millones de seguidores. Si nos mueven la belleza, la verdad y la bondad –es decir, si nuestros pensamientos, emociones y sentimientos son elevados y de paso enaltecen nuestras acciones– nuestras co-creaciones serán entrenamiento para, cuando corresponda, crear nuevos mundos. Los ejercicios de hoy son la plastilina con la que practicamos para llegar a erigir edificios.
Como somos co-creadores, no estamos solos: la Luz mayor nos guía, el Amor fundamental nos sostiene, la Consciencia infinita nos ilumina. Si cada vez nos damos mayor cuenta de nuestra conexión con la Fuente y la activamos en amor, co-crearemos cada vez mejor. Ese es un boleto para la trascendencia.