En Colombia tenemos la mala costumbre de mandar hacer enjundiosos estudios por los mejores especialistas que luego terminan en los anaqueles. Los más distinguidos especialistas, nacionales y a menudo extranjeros, han participado en comisiones de gran fuste cuyas recomendaciones se presentan con bombo el día en que concluyen sus trabajos. Pero que luego pasan sin pena ni gloria al cuarto de San Alejo. Es un desperdicio monumental de las mejores inteligencias.
La Universidad de los Andes ha recopilado recientemente las conclusiones de las más importantes comisiones que han trabajado en los últimos diez años en el país. Y propone que este material debiera ser utilizado por el gobierno que se posesiona el 7 de agosto del 2022.
En el 2015 deliberó una comisión que se denominó de “equidad y movilidad social”; en el mismo año rindió sus conclusiones la “misión rural”; en el 2017 hubo otra comisión que se ocupó del “gasto y la inversión pública”; en el 2021 fue el turno de los expertos en “beneficios tributarios”, acaso el estudio más completo que se ha hecho en Colombia sobre el frondoso árbol de las gabelas y privilegios fiscales. Tuvimos además la que se llamó “comisión de sabios”; y una más sobre la “internacionalización de la economía”. Este inventario de misiones ignoradas concluye con la que se ocupó el año pasado sobre el “empleo, el mercado laboral y el futuro pensional”. Y quizás se quedan otros informes por fuera de esta lista.
La iniciativa de la universidad de los Andes es buena. Pero quizás estos informes podrían tener una utilidad más inmediata durante lo que resta de la campaña presidencial. Algún debate próximo podría convocarse bajo la siguiente pregunta: “¿Qué piensan los candidatos sobre las recomendaciones de las comisiones que han trabajado en el país en la última década”?
De esta manera se obligaría a los equipos de asesores y a los candidatos mismos a leerlas, y a fijar posiciones sobre cada una de sus recomendaciones que tratan de asuntos cardinales para la sociedad colombiana.
Sería una manera de aprovechar el acervo de trabajos realizados por los mejores especialistas, que de otra manera permanecerán ignorados en los anaqueles de ministerios y bibliotecas. Sería además una manera inteligente para darle altura y concreción al debate presidencial. Y de paso evitar el bochornoso espectáculo de candidatos que se enfrascan en ataques y puyas personales, en vez de ir al grano de los grandes problemas nacionales.
El tema no es menor. Pongo un ejemplo: en el debate que promovieron El Tiempo y Semana -que fue el primero en el que participaron solo candidatos presidenciales (Petro, Betancur y Gutiérrez)- se trató el tema de las pensiones. Quedó en claro que ni Ingrid Betancur ni Federico Gutiérrez habían estudiado el tema y, por lo tanto, en vez de exponer sus puntos de vista que aparentemente no los tenían, se dedicaron a controvertir las discutibles tesis de Petro que sí las tenía. Un debate centrado en las recomendaciones de estas comisiones de expertos serviría para concretar a los candidatos y hacernos saber si están de acuerdo o no con ellas.
Clemanceau decía que cuando los gobiernos están frente a problemas muy complejos prefieren crear comisiones en vez de resolverlos. En Colombia hacemos lo mismo. Pero con el inconveniente adicional que las recomendaciones de los expertos casi siempre se quedan escritas. Pues la mayoría corre el menesteroso destino de pasar al olvido y desperdiciarse para la sociedad.
Enfrentar a los presidenciables con tales recomendaciones resultaría una manera práctica, no solo para que los candidatos las estudien, sino para elevar la altura de los debates.