En días pasados se protocolizó mi condición de precandidato a la presidencia de la República. El proyecto político “Concordia Nacional” surge de lo que, “grosso modo”, ocurrió en el país durante los últimos veinte años. Lapso este en el que hemos vivido una especie de “frente de discordia nacional” que, contrario a lo ocurrido durante el Frente Nacional, ha mantenido el verdadero progreso del país marchando a medias o a trancazos y durante el actual gobierno casi que atascado. No solo por la pandemia sino por las protestas de distinta índole, cuyo desborde se derivó, en buena parte, de la falta de autoridad relegitimada en casi todas las cabezas del poder ejecutivo nacional.
Lo cierto es que lo que hoy percibimos es una Colombia desvertebrada y fragmentada social y políticamente, lo cual hace que la “Concordia Nacional” se constituya en un noble reto que, de asumirlo, nos permitirá rezurcir el tejido social roto por la violencia, la desconfianza y la desesperanza. De esta manera podremos avanzar con serena vehemencia hacia mejores horizontes.
“Concordia” quiere decir tener algo común en el corazón -entendido como la parte medular del ser humano-. Y si una nación es, entre otros aspectos, un proyecto sugestivo de vida en común, podemos colegir que al agregarle a la concordia el término “nacional” estamos diciendo que propendemos porque todos nos sepamos miembros de un mismo cuerpo social, con intereses y afectos comunes. Que los colombianos nos sintamos conformes en querer lo común por excelencia como la paz, la justicia, la seguridad plena, el trabajo digno, la productividad empresarial, la salud, la educación. En últimas y sustancialmente, la convivencia, no solo la coexistencia.
Ahora bien, desde los 90 el país ha vivido lo que se puede denominar una catarsis de la ética pública por capítulos: el proceso 8.000, el paramilitarismo, la “parapolítica”, el “cartel de la toga”...etc, a lo que se suman las dolorosas pero necesarias verdades que venimos conociendo gracias a pronunciamientos de la JEP. Todo lo cual ha suscitado varios efectos purificadores desde la justicia penal, que, sin embargo, han sido insuficientes. Por esto también hay que llevar los efectos purificadores al ejercicio político.
Por todo lo anterior, el proyecto “Concordia Nacional” se basa en tres metas fundamentales: un Estado digno y eficiente, la pugnacidad política desactivada y una sociedad justa y solidaria. Y para alcanzar la primera de dichas finalidades una de las iniciativas transversales es la de “elevar la temperatura de la ética pública”, empezando por la de la Fuerza Pública.
La elevación de la temperatura ética incluye, claro está, la lucha contra la corrupción, pero no se queda sólo allí. Se logra mediante una combinación del buen ejemplo, políticas concretas de austeridad, y acciones educativas a través del tiempo. Educación fortalecida en la parte formativa, en ética social y ciudadana, fruto de la cual los jóvenes jalonarán la elevación de la temperatura ética del resto de la sociedad, en un proceso a mediano y largo plazo del cual será muy difícil retroceder.
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