A pesar de cierta lentitud, después de las fiestas, comenzó por fin el año laboral; pero el ajetreo político no tuvo nunca tregua. Es verdad, para los políticos no hubo ni un día de vacaciones.
Utilizando todos los medios a su disposición, los aspirantes a la Presidencia de la República nos bombardearon con toda clase de saludos y mensajes.
Aunque en cada año electoral la avalancha publicitaria es inevitable, como resultado del debilitamiento de los partidos, cada vez se hace más notorio el incremento del número de personas que intentan ser elegidas.
La mencionada fragilidad de los partidos ha generado un crecimiento muy notorio en el número de candidatos presidenciales, lo que crea gran confusión.
Nadie encuentra explicaciones a ese desafortunado hecho en momentos en los que, frente a tantas amenazas, necesitamos la mayor claridad posible.
Lo deseable es que tuviéramos partidos sólidos y fuertes, ya que con los mecanismos de selección establecidos en sus estatutos, bien podrían limitar a un número racional la indeseable explosión de aspiraciones que ahora presenciamos.
Pero, en cambio, producto de su debilidad y ante la facilidad con que cualquier ciudadano puede inscribirse como candidato, solo consiguiendo un número limitado de firmas, hoy tenemos más de once aspirantes al solio de Bolívar. Ciertamente demasiados.
Sorprende el número ya que en realidad las posiciones en las que ellos se ubican en el espectro político son solo tres: una representada en el apoyo total al acuerdo firmado con la guerrilla, otra la que agrupa a firmes contradictores y la última, aunque desteñida e insípida, la que no está del todo con la primera opción pero tampoco con la segunda.
Algunos candidatos parecen haberlo entendido y buscan con esmero un camino que les permita hacer alianzas para que así no solo puedan apoyar al más opcionado, sino también para retirarse de la contienda con decoro.
Sin embargo, en las heredadas costumbres de hacer política entre nosotros, no todos aplican la lógica y lo que podría ser simple se vuelve confuso para ellos.
Bastaría para aclarar el panorama electoral que quienes no superen, por ejemplo, el 6% de la intención de voto en las encuestas se retiren con prontitud, dejando en libertad a sus electores para que busquen libremente aquel que satisfaga sus aspiraciones. Comportarse así mostraría grandeza y tendría un general reconocimiento.
Sin embargo, algunos insensatos se aferran tercamente a sus aspiraciones, aunque en las encuestas apenas superen el margen de error.
Se impone para un mejor funcionamiento de nuestras instituciones que en el próximo periodo de gobierno se le haga una profunda cirugía al sistema electoral vigente, persiguiendo una democracia de partidos fuertes, donde se erradiquen las malas prácticas de hoy, con las que una minúscula camarilla, los convirtieron en mezquinas empresas electoreras de unos pocos.
Mientras tanto, ojalá muchos de los actuales candidatos reflexionen y dejen de ser un obstáculo para la necesaria aspiración de la mayoría para encontrarle solución a nuestros males y con ello un mejor vivir para todos.