Mi primer contacto consciente con la muerte fue el 31 de marzo de 1983, cuando en el terremoto de Popayán la cúpula de la catedral se desplomó en plena misa de ocho, los edificios de Pubenza se hundieron y la torre de San Francisco cayó sobre el hotel Monasterio. La muerte trae mucho más que dolor y devastación.
No solemos pensar habitualmente en nuestra propia muerte. Ella nos ronda todo el tiempo, desde que estamos en el vientre materno y que, cuando corresponda, nos abrazará. La muerte es una aliada para nuestro avance en la senda infinita de la consciencia y es clave tenerla presente en la cotidianidad, pues es tan natural como el nacimiento y tan importante como el resto de la vida.
Desde mi perspectiva espiritual, nuestra existencia no se trata solamente de nacer, crecer, reproducirnos o no, hacer más o menos dinero, satisfacer nuestros deseos, lustrarnos mutuamente nuestros egos, tener éxitos y fracasos, experimentar todas las emociones, dar rienda suelta a nuestras pasiones, llegar a la edad del retiro y morir. Todo ello hace parte de la vida y lo podemos hacer conscientes de nuestra conexión espiritual, pero hay más, mucho más. Tampoco se trata solamente de hacer una enfermedad y que con ella se deteriore el cuerpo físico, o de fallecer “antes de tiempo” durante un terremoto, como se dice coloquialmente cuando trasciende alguien que no ha llegado a la vejez.
Creo que la vida es ante todo una experiencia espiritual, con el objetivo que el alma superior realice aprendizajes de compasión, solidaridad y amor incondicional, que nos permitan salir de los juicios y las culpas, los resentimientos y desdenes, las vanidades y competencias, las avaricias e insatisfacciones. Todo ello es propio de nuestros egos, la parte caída de nuestra alma, que genera desde batallas contra nosotros mismos, hasta guerras entre naciones.
¿Por qué habríamos de superar todo ello, si final e igualmente vamos a morir? Porque corremos el riesgo de seguir dando vueltas en este plano, encarnación tras encarnación, cuando podemos avanzar hacia los Cielos Superiores. Prepararnos para el encuentro con la Divinidad implica estar en permanente oración y meditación, atestiguar nuestros egos para trascenderlos, reconocer nuestros pensamientos y alinearlos con lo Supremo.
El momento de nuestra muerte física es muy importante para nuestra evolución espiritual. Ese instante lo podemos preparar día a día, desde ya, porque no sabemos cuándo llegará. Nos ayudará orar con los Salmos o hacer la salutación Kodoish Kodoish Kodoish Adonai Tsebayoth, Santo Santo Santo Señor de las Huestes Celestiales. Que la Virgen de Luz, la Parthenos Phos, nos ayude a superar las distracciones en el proceso de desencarnar y nos conduzca hacia la Luz Mayor, nuestro verdadero destino.
@eduardvarmont