Si una cordillera es una serie de montañas enlazadas entre sí, la semana que recién termina bien podría calificarse de cordillera diplomática. La reunión del G7, que concluye hoy en Hiroshima, cierra una sucesión de cumbres que, aunque convocadas en escenarios geográficos distantes unos de otros, están entrelazadas. A fin de cuentas, todas ellas se han elevado contra el mismo cielo, plagado de los mismos nubarrones que reflejan el proceloso estado del clima geopolítico en el mundo.
Los líderes del G7 han querido aprovechar el encuentro para reafirmar su determinación de defender “el orden internacional basado en reglas”, y también -aunque en un tono que no deja de sonar condescendiente- para acercarse al “Sur Global”, demostrando “la contribución del G7 a los asuntos que le preocupan”. Quizá por eso fueron invitados Australia, Brasil, Comoras, Corea del Sur, Islas Cook, India, Indonesia, y Vietnam. Y también porque el primer plato en el menú fue la guerra en Ucrania (condimentado con una nueva dosis de sanciones a Rusia), y el segundo fue el “Indo-Pacífico libre y abierto” (un bocado menos ligero de lo que su saludable nombre podría dar a entender). En el caso de Brasil e India, -que son socios de otro club, los BRICS- por todo lo anterior y, además, aunque no se diga, con fines transitivos.
La Liga Árabe celebró su propia cumbre, para regocijo del hasta antier proscrito Bashar al-Asad -efusivamente bienvenido ahora en Yeda- y desconsuelo de las víctimas del régimen que encarna, responsable principal (aunque no único) de su tragedia, epítome del caos y la destrucción de Siria provocada por una década de guerra civil en la que han cebado sus propios intereses también potencias extranjeras, mercenarios, y extremistas. Una rehabilitación a bajo costo para el mandamás de Damasco, que sin pudor ha reclamado en su discurso ante el pleno de la organización “dejar los asuntos internos en manos de los ciudadanos (sirios), que son quienes mejor pueden gestionar sus propios asuntos”.
Simultáneamente, el presidente chino recibió, en la ciudad de la que antaño partía la Ruta de la Seda, a sus pares de cinco países centroasiáticos, habitualmente en la órbita de Moscú. Menos concurrida que las otras, la cumbre de Xi’an no tiene menos altura. La “amistad sólida como una roca” entre China y Rusia no parece inhibir las ambiciones geopolíticas de la primera -que tiene mucho que ofrecer a quien quiera recibir y dar a cambio-, acicateadas por el debilitamiento de la segunda -que podría acabar convertida en mera condueña de su más inmediata zona de influencia-.
Hubo también una cumbre que no fue: la del QUAD, que debió servir como antesala en Sidney a la cita del G7. Y no fue porque el presidente Biden canceló su asistencia en el último momento, atrapado como está bajo el techo de la deuda en Washington.
Coda. Como en las competencias ciclísticas, podría decirse que esta semana de cumbres tuvo varios premios de montaña. Y alguno se merece, como destacado escalador, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que logró remontar en Yeda e Hiroshima.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales