Milton, el reciente huracán que amenazó con destruir parte de la Florida por la intensidad de sus vientos que en momentos llegaron a ser de más de 257 km por hora, la inmensa cantidad de agua con que venía cargado, las potentes marejadas de varios metros de altura, causó tal estado de emergencia, que el gobernador y los alcaldes de las poblaciones que se encontraban en su camino no dudaron en advertir a la población que quienes se negaran a obedecer la orden de evacuación enfrentarían riesgo de muerte pues nadie podría ayudarlos.
Más del 80% de la población amenazada evacuó; por eso no han pasado de 20 los muertos, aun cuando quedan algunos desaparecidos.
Pero, lo más duro de enfrentar, como si las inundaciones, ventiscas y marejadas no fueran suficientes, fueron los aterradores tornados, aproximadamente 100 de ellos, algo nunca ocurrido en la Florida y para los cuales la población no estaba preparada.
En el centro de USA los tornados son frecuentes y muchas viviendas, escuelas y oficinas públicas tiene espacios “fortificados” para protegerse cuando suenan las alarmas. En la Florida, como este fenómeno casi nunca ocurre, nadie los tiene.
Las pérdidas causadas por Milton fueron inmensas, aún el gobierno no ha dado cifras concretas. Lo más triste es que estas se acumulan con la aterradora devastación dejada en su paso el huracán Helene, el cual entró también por el área de Tampa, recorrió con fuerza mucho territorio del Estado para luego “atropellar” con su fuerza a Tennessee y las Carolinas, donde destruyó pueblos cubriéndolos de barro, entre ellos la icónica población de Asheville. Helene más Milton han sumado 250 muertos y billones en pérdidas.
Vivir en la Florida es vivir en un paraíso. Este es un Estado bendecido por su belleza con las playas más extensas del mundo bordeando sus costas, la atlántica y la del Golfo de México, islas y cayos de una belleza indescriptible, pájaros fantásticos, venados, panteras, manatíes y cocodrilos, entre otros muchos animales, que comparte los magníficos everglades con los humanos y una vegetación exuberante.
Pero, como todo paraíso tiene “bemoles” como son los huracanes. Todos los años, desde el comienzo de agosto hasta el final de noviembre, hay amenazas constantes de grandes depresiones tropicales. Unas iniciadas en el Atlántico, otras en el Golfo de México, las cuales, por el calentamiento de las aguas, son cada vez más potentes y peligrosas.
Viví el huracán Andrew el 28 de agosto de 1992. Mis hijos pequeños y yo evacuamos con lo más querido de nuestras pertenecían, pasaportes, fotos y cosas de valor sentimental.
Nos fuimos a alojar en la casa de una amiga en Cooper City. El paso de los latigazos de agua, ráfagas de feroces ventarrones, árboles reventados, era ensordecedor. Éramos 18 personas alojadas allí. Pasamos la noche rezando, ¡suplicando! Días después pudimos regresar a nuestra casa, solo quedaba algo de su fachada y el cuarto donde habíamos amontonado la mayoría de las cosas que habíamos abandonado. El terror, la perdida, la tristeza de ver la devastación, nos agobio por meses, años.
Me uno al dolor de los afectados por Helene y Milton. Veremos cuál será el costo político en las urnas en las próximas elecciones estadunidenses, por el aparenté mal manejo del gobierno ante la devastación que causaron.