Hace unos cinco años el libro escrito, por el profesor norte americano, James Robinson titulado ¿Por qué fracasan los países? se convirtió en un sorprendente éxito editorial; nunca antes un libro sobre teorías económicas, consideradas áridas por muchos, había logrado semejante record en ventas.
La obra no solo se ubicó en los primeros lugares de ventas durante varios meses sino que fue objeto de muchos comentarios periodísticos, además de importantes análisis en foros universitarios, acompañados de múltiples entrevistas en los medios de comunicación. El profesor Robinson saltó a la fama.
Toda vía hoy, muchas facultades de economía continúan analizado con sus estudiantes la teoría expuesta por Robinson, en la que plantea que sin eliminar las políticas extractivas y fortalecer las instituciones es imposible sacar del atraso económico a cualquier país.
El gran ruido alrededor de ese éxito editorial me indujo a pensar que, tal vez, la lectura masiva de dicho análisis, por parte de nuestros líderes políticos y empresariales permitiría que tomáramos por fin el camino de la prosperidad económica soñada por todos.
Desafortunadamente no ha sido así, y todavía el país sigue estancado en su economía y, lo que es peor, sin aplicar ninguna de las recomendaciones plasmadas en la seria publicación.
La semana pasada volvimos a saber del profesor Robinson en una entrevista publicada en un prestigioso periódico económico, en la que manifestó su asombro por nuestra indiferencia ante el clientelismo rampante con que se hacen las campañas electorales entre nosotros.
Es que, según él, una de las principales razones para el estancamiento que padecemos proviene de ese mal, que se desprende de un sistema político permisivo a las malas prácticas electorales perpetuadas entre nosotros.
Es verdad, aquí lo hemos repetido, mientras la justicia no persiga y castigue ejemplarmente los delitos electorales, sobre todo la compra descarada de votos que se registra sin rubor en toda la geografía nacional, y la violación de topes en las campañas, no habrá ninguna posibilidad de un verdadero y favorable cambio.
Por eso hay que lamentar, como muchos lo han registrado, que el Congreso haya desperdiciado, una vez más, en el periodo legislativo que acaba de concluir la oportunidad de hacer una adecuada reforma electoral.
El llamado voto preferente, ahora generalizado, es la causa principal del mal funcionamiento del Congreso, pues atenta contra la posibilidad de mantener criterios comunes al interior de los partidos, imposibilitando la evaluación que debe hacer el electorado.
De esta forma es muy difícil la vigilancia de los organismos de control sobre las fuentes de financiación de las campañas, ya que en vez de vigilar una sola tesorería en cada partido, deben intentar hacerlo sobre las de miles de candidatos en contienda.
Recordemos, que se inscribieron casi 2.800 candidatos para las 269 curules que conforman la totalidad del Congreso. Con semejante explosión de aspiraciones es muy difícil detectar los delitos que muchos intentarán en su afán de salir elegidos.
Este tema deberá estar en la agenda de prioridades del próximo gobierno.