El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, rotas desde 2016, bien podría ser una de las noticias del año. A fin de cuentas, la tensión entre Riad y Teherán, alimentada por factores tanto religiosos como geopolíticos -cosa nada inusual en la historia del mundo-, ha tenido repercusiones regionales que van más allá de lo bilateral.
Así ocurre en Irak, Líbano, Siria, y -de manera particularmente explícita- en Yemen. Un efecto de arrastre llevó a que, durante los últimos años y en sintonía con los sauditas, otros Estados del golfo Pérsico tomaran su propia distancia de los iraníes. El programa nuclear iraní y el papel de Arabia Saudita en el mercado del petróleo dieron una dimensión aún más amplia a sus desencuentros. Ni que decir tiene que éstos añadieron un peligroso polvorín a una región que, como el Medio Oriente, está plagada de ellos.
Resulta difícil anticipar hasta dónde llegará la “vuelta a la normalidad” en las relaciones entre ambos Estados, ni cómo afectará los convulsos escenarios en los que han venido midiendo sus fuerzas. Los escépticos deberían ser cautos con sus dudas, y los optimistas con sus esperanzas. (Este es un principio que vale la pena aplicar, aunque frecuentemente se olvide, tanto en la teoría como en la práctica de la política internacional).
Mientras los acontecimientos dan a algunos la razón en alguna cosa y refutan a otros en otra, lo que sí se puede empezar a justipreciar es la puesta en escena, al menos diplomática, de la Iniciativa de Seguridad Global (ISG) presentada hace un mes por China, justo antes de anunciar su “propuesta” para resolver la “crisis de Ucrania” y de reclamar el mérito de haber patrocinado, precisamente, el acercamiento irano-saudita. La ISG, que venía cocinándose en Pekín desde el año anterior, estuvo prologada por la divulgación de un documento cuyo título lo dice todo y anticipa bastante: U.S. Hegemony and Its Perils.
La apuesta es tan simple como ambiciosa: proyectar a China como una alternativa viable a Estados Unidos, socio responsable, e interlocutor confiable en materia de seguridad internacional. La propaganda oficial no ha escatimado hipérboles al proclamar que la ISG “responde a las expectativas universales de la comunidad internacional”, ni al ponderar “la sincera actitud de China hacia la paz y el enorme valor de la sabiduría oriental para resolver los problemas actuales”.
Habrá que ver qué tan satisfechas quedarán esas expectativas; qué tan sincera será su actitud a la hora de abordar, en la práctica, la agenda temática que la Iniciativa plantea; y qué forma tendrá (y qué tan bienvenido será) el involucramiento chino en las regiones definidas como “prioritarias”, a las que ofrece sus servicios como garante y proveedor de seguridad y estabilidad. Y, en última instancia, qué tan compatible es, realmente, su declarado compromiso con la institucionalidad internacional existente con la densa estructura paralela -formal e informal- que ha venido construyendo conforme a su propia idea de “multilateralismo” y “multipolaridad”, en la “nueva era de las relaciones internacionales” cuyo advenimiento saludó el año pasado… con Rusia, que días después lanzó su guerra de agresión contra Ucrania.
* Analista y profesor de Relaciones Internacionales