Para darle la bienvenida al 2018 y renovar el cese el fuego ¡en mejores condiciones aún!, el Eln atacó ferozmente en Arauca.
El señor Presidente se envalentonó y llamó a consultas al negociador de turno.
Como suele suceder con todo lo concerniente al entorno Farc-Eln, la euforia presidencial duró muy poco.
Pocas horas más tarde, los diálogos se restablecieron, abriendo cada vez más el apetito de una guerrilla que, desde La Habana, conoce al dedillo las paradigmáticas veleidad y dadivosidad presidenciales.
De hecho, en un año tan delicado, en el que los intereses estratégicos del entramado revolucionario están en juego, el Eln no puede darse el lujo de pusilanimidad alguna.
Por eso ha resuelto emplearse a fondo, atacar a destajo y condicionar a Santos alimentando en él esa obsesión por lograr algún acuerdo: acuerdo malo, o pésimo para la democracia, pero en todo caso, acuerdo.
Consciente de que su rol es uno, y el de las Farc es el otro, el Eln desarrolla cabalmente su papel y no ceja en el uso de la violencia directa, visible y devastadora.
Y así seguirá actuando, con todo desparpajo e insolencia, porque sabe que la maleabilidad y ductilidad presidencial no tienen límites.
En otras palabras, de eso se trata lo acontecido en Santa Rosa y Barranquilla; para no hablar de San Lorenzo, en Ecuador, y de todo lo que sucede a lo largo y ancho de la frontera con Venezuela.
¿Acaso las pesquisas de la Fundación Redes no señalan que desde el otro lado del Arauca se sigue proveyendo de armamento a la guerrilla?
¿Acaso no queda claro que la frontera con Ecuador se encuentra, como tantas otras regiones del país, en una situación mucho peor aún que al momento de firmar los acuerdos de La Habana?
Como sea, ya es tan vergonzoso todo este clima de diálogo y negociación prohijado por Santos, que él se ha visto impelido a suspender, ¡una vez más!, las tratativas en Quito.
No obstante, en breve aparecerán los terroristas y sus secuaces con actos de contrición que enternecerán a tal punto al Jefe del Estado que, seguramente, terminará reinstalando la mesa con bombos y platillos tratando, así, de condicionar al próximo gobierno para que prosiga y consume semejante farsa.
Farsa a la que esperan sumarse, en igualdad de condiciones, las demás organizaciones violentas asociadas a todo este tejido criminal de drogas y beneficios políticos, siempre convencidas de que no hay mejor modo de granjearse la simpatía presidencial que ejerciendo en grado sumo el terrorismo, el sabotaje y la intimidación electoral.