Desarme y paz | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Septiembre de 2016

Las marchas y concentraciones ciudadanas que han comenzado a salir a plazas, parques y avenidas, son válidas para que gente de todas las edades, condiciones sociales y económicas, celebren la aparición de las primeras luces de paz sobre ciudades, municipios y lejanas veredas, que han conocido primero armas que herramientas de trabajo.

Sin embargo, la otra cara muestra que este país ha sido agresivo hace 86 años, de conformidad con la historia de Colombia. Lo acaba de revivir el historiador Antonio Cacua Prada, en su libro “¿Por quiénes doblaron las campanas?”.
Cita con documentación de diciembre de 1930, que la violencia política del siglo XX, “la inició la policía municipal en Capitanejo, provincia de García Rovira, en Santander, al tomar el poder de la región el partido liberal y desatar execrables crímenes contra conservadores, solo porque eran del otro partido”. 

Como precisa en uno de sus apartes, “al testimonio con documentación notarial, solo le falta que hablen los muertos”. 

Es el escudo negro de Colombia, con sangre, dolor y lágrimas. Aunque es cruenta la historia, no debería haberse ocultado en programas educativos del país. Otra cosa hubiese sido la forma de relatarla. Lo real es real. Por eso no cabe como cuento de ficción.  

Al pasar la página se encuentra este siglo XXI con el resultado del tráfago de la guerra, contabilizado en cerca de 8 millones de víctimas, más del 80 por ciento de ellas en desplazamiento y huyendo de guerrillas, bandas criminales, paras, sicarios por encargo, narcotráfico y delincuencia común.

No sería despropósito esperar que haya desarme gradual de toda la población civil en la medida en que avance el posconflicto. Bogotá está golpeada por bandas urbanas.  

La paz la queremos casi 50 millones de ciudadanos de Colombia, trágica y frívola, con reinas y modelos que no faltan en las fiestas populares. Muchas terminan con riñas, crímenes y robos, además de la insistente guerra del microtráfico.  
En medio de la expectativa por la paz, el país está obligado a crear el Indicador de Recursos para el Posconflicto, recaudo de dineros donados por gobiernos y organismos mundiales. Lo recibido se aproxima a US$ 2 mil millones.

Debe conocerse periódicamente la distribución de partidas y su destino, así como la suma en caja, porque la corrupción, huele el dinero. 

Eso corresponde a la Agencia Presidencial para Cooperación Internacional, que maneja recursos específicos. Ojalá todo con desarme civil, para aprender a vivir en paz.
juanalcas@yahoo.com