Soy una persona optimista; trato de serlo. En el diario vivir he aprendido a ver el vaso medio lleno, a reflexionar pasadas las emociones iniciales para encontrar oportunidades en las dificultades. Sin embargo, el optimismo no niega la realidad del pensamiento colectivo.
Actualmente, en el diálogo cotidiano, he visto cómo se hace presente la desesperanza colectiva. Hay factores multidimensionales que están impactando la falta de esperanza de los colombianos: la falta de empleo y de ingresos en las familias, la ausencia de herramientas para manejar los conflictos, los altos costos de los servicios básicos, los impactos en salud mental originados en la pandemia y el contexto político en el que está Colombia en este momento, entre otros.
Uno de los principales factores que alimenta la desesperanza es la sensación de falta de control. Las personas sentimos que, independientemente de lo que hagamos, no podemos influir significativamente en nuestro entorno o aportar en la construcción de un futuro mejor, como país.
Además, la ausencia de esperanza transmitida por el gobierno, refuerza la percepción de impotencia y falta de control en la ciudadanía. La corrupción, la falta de transparencia y la incapacidad para gestionar de manera efectiva los recursos y problemas del país contribuyen a una narrativa en la que los individuos se sienten despojados de sus propósitos y de su voz. Los permanentes y demoledores escándalos de corrupción, la inseguridad ciudadana, la incompetencia en la gestión pública y las promesas incumplidas de un cambio esperado por millones de personas han resultado ser más un salto al abismo para la mayoría de los colombianos.
Cuando los ciudadanos perciben que sus esfuerzos por mejorar su situación y la de su comunidad son en vano debido a la incompetencia o deshonestidad de sus líderes, la desesperanza se convierte en un sentimiento colectivo. Esta falta de esperanza no solo mina la moral individual, sino que también deteriora la cohesión social.
En un entorno donde no se ofrece un horizonte de mejora, progreso y bienestar, la desconfianza en las instituciones se profundiza, llevando a la frustración generalizada. Así, un liderazgo negativo y rodeado de constantes escándalos de corrupción no solo incrementa la desesperanza, sino que también impulsa estructuras de poder arbitrarias que pueden ahogar cualquier posibilidad de transformación social.
Cuando el gobierno encarna integridad, transparencia y un compromiso con el bien común, infunde confianza y optimismo entre la población. Por el contrario, un gobierno involucrado en corrupción, mala gestión y prácticas totalitarias, intensifica los sentimientos de desesperanza colectiva. Esto crea un entorno generalizado donde los ciudadanos se sienten impotentes para acompañar o iniciar transformaciones. La erosión de la confianza ciudadana y la manipulación de la verdad, aumentan también, la desesperanza colectiva, afectando y desmoralizando a los ciudadanos.
Para combatir la desesperanza colectiva, como ciudadanos, es esencial que nos enfoquemos en la participación cívica y la acción comunitaria, valores esenciales en la democracia.
Organizar y participar en grupos de discusión, talleres y foros ciudadanos, para compartir preocupaciones y buscar soluciones a las necesidades. Además, la educación continua y la autoformación fortalecen a la ciudadanía como individuos y en grupos de pensamiento, para proponer soluciones, exigir transparencia y rendición de cuentas a todos nuestros líderes y fortalecer el pensamiento crítico. De igual manera, hacer parte de movimientos y organizaciones sociales, puede proporcionar un canal para incidir en políticas locales y promover cambios importantes; así como para promover, otros valores, esenciales como la solidaridad y el apoyo mutuo, que son fundamentales para reconstruir esperanza y fortalecer el tejido social para todos, en las comunidades.