Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Mayo de 2015

“Ostentoso monumento al desperdicio de energías”

¿SOLUCIÓN O TREGUA?

Que será, será

 

El  país dedicó estas semanas a perfeccionar un  ostentoso  monumento al desperdicio de energías. Destinó agotadoras jornadas a complicar lo que, desde el principio, todo el mundo sabía que tenía que hacerse. Dejó en el camino unas heridas que tardarán tiempo en sanar y repitió una coreografía que los colombianos conocen  muy bien. Las huelgas en el sector educativo comienzan, se desarrollan y concluyen siempre de igual manera y causan, en cada ocasión, los mismos perjuicios a las mismas personas. Los mismos pero cada vez peores.

Lo asombroso del caso es que todas las partes de estos conflictos tienen la razón. Exageran un poco en las posturas iniciales, siguiendo la consabida táctica  de pedir mucho para tener un margen de donde ceder, pero, en el fondo, los argumentos son ciertos. Inflados pero ciertos.

Nadie discute la importancia del magisterio ni la justicia de remunerarlo adecuadamente, ofrecerle una preparación continuada, reconocerle sus méritos en las nóminas  y pagárselas cumplidamente.

Tampoco se desconoce la conveniencia de evaluar a los maestros, no con ánimo de persecución sino como un elemental control de calidad, conveniente para ellos e indispensable para garantizar una buena educación de sus discípulos.

No hay razón válida para que estas peticiones se planteen una y otra vez, con ánimo pendenciero, y los gobiernos comiencen negándolas por  exageradas, mientras los jóvenes se alarman al comprobar que esos encapuchados que tiran piedras, rompen vitrinas y se  regodean  incendiando llantas y vehículos, son los encargados de enseñarles las primeras letras, aritmética, ciencias, álgebra y civismo, mucho civismo.

¿Qué idea se forman jóvenes y niños al ver que sus futuros profesores de química se preparan alistando papas explosivas y los de física, lanzándolas? Porque los desmanes que cometen los infiltrados en cualquier protesta social, por justificada que sea, perjudican la causa con esos espectáculos de violencia callejera.

Como una situación tan absurda no puede sostenerse a perpetuidad, los episodios terminan con un acuerdo en donde los fatigados líderes sindicales firman compromisos con los funcionarios públicos de ojos enrojecidos por las trasnochadas. Entre tanto, el tiempo desperdiciado se perdió para la enseñanza, y los desesperados padres de familia no saben qué hacer con los hijos forzosamente ociosos, que se quedan en casa viendo los malos ejemplos por televisión.

Al final, queda claro que los acuerdos habrían podido  formalizarse desde el principio sin tanto y tan penoso desgaste. Sin los choques  causados por la terca insistencia en fomentar un conflicto que, de todas maneras, termina    arreglándose. Como en la canción popular de Jay Livingston y Ray Evans, se sabe que “lo que será, será, será lo que deba ser”. “Whatever will be, will be”, dirán los estudiantes que alcanzaron a tomar su clase de inglés.

¿Habrá alguna forma de educación de adultos para evitar este desgaste de energías? Porque no vale la pena pelear sabiendo que, tarde o temprano, se convendrá un acuerdo para curar las heridas causadas por los enfrentamientos que dilapidan millones de horas de clase, convirtiéndolas en un ejemplo deplorable de insensatez colectiva.

¿O los compromisos convenidos no son una solución sino apenas una tregua?