DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 31 de Mayo de 2013

Tempestad en un vaso de agua

 

El alboroto que se está armando en los círculos gubernamentales de Venezuela por la visita de Capriles a Colombia, es el ejemplo típico de las tempestades que se desatan en un vaso de agua. Expresión que, digámoslo de paso, se usa poco últimamente, porque ya nadie se expone a hacer el oso urdiendo líos de tal clase.     

¿A qué viene el alboroto de estos días?

Henrique Capriles es el candidato que las autoridades electorales venezolanas dicen que fue derrotado en las elecciones por Nicolás Maduro. Un dictamen que el Gobierno colombiano corrió a reconocer sin reticencias.

Según los escrutadores, la diferencia fue muy pequeña y muestra a la opinión dividida prácticamente por el medio. Es decir, Capriles representa una parte sustancial de la población. Casi la mitad. ¿Por eso no puede venir a Colombia? ¿Está prohibido hablar con él? ¿En estos casos no rigen las libertades propias de una democracia? ¿Oírlo es subversivo?

Lo que se decida definirá buena parte de nuestra  política internacional, más allá de sus repercusiones coyunturales. ¿Tendremos que   impedir la entrada de   todo extranjero que no esté de acuerdo con el Gobierno de su país? ¿Estableceremos un sistema de consultas previas, para impedirles el ingreso a nuestro territorio a personas que no les guste el régimen de su propia nación?

Sería el colmo que nos exigieran explicaciones sobre la visita y mucho más que la Cancillería se apresurara a dárselas. Los Estados no solo son soberanos sino que deben comportarse como tales. En esa materia no hay cuestiones pequeñas, sin importancia, en las cuales se pueda ceder, ni siquiera ante los mejores amigos, nuevos o viejos.

Y el alboroto es aun más injustificado cuando los jefes de la subversión en Colombia encuentran refugio  acogedor en Venezuela. Visitaban al presidente Hugo Chávez en su palacio presidencial en Caracas, el propio Chávez intervenía sin disimulos en asuntos domésticos colombianos, ganaderos venezolanos siguen denunciando la presencia de campamentos guerrilleros más allá de la frontera. Son hechos comprobados, no simples rumores.

¿El Gobierno, que recibe un día sí y otro también a los guerrilleros de las Farc, nos va a exigir que le pidamos permiso para que nos visite un ciudadano venezolano? Frente al cual, además, se ratificó que no intervendremos en manera alguna en los asuntos domésticos de ningún país.

Considerando el grave desabastecimiento venezolano de productos básicos para la vida diaria, nuestro Gobierno, en nombre de todos los colombianos, ofreció la más amplia colaboración para  superar esa emergencia. Pero, hasta el momento, no hay respuesta. No hablamos de agradecimientos, que ni necesitamos ni buscamos,  sino de una simple respuesta. No la hay, solo silencio.

En esta escalada de alborotos ya recibimos la amenaza pública de sabotear las conversaciones de La Habana, lo cual ratifica que el chavismo sí ejerce una influencia determinante en ellas. Tanta, que se cree en capacidad de amenazar de esta manera, para  asustar al Gobierno colombiano diciéndole que, en cualquier momento, los negociadores guerrilleros pueden montar en su motocicleta Harley Davidson y abandonar las conversaciones.