DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Diciembre de 2013

El brindis de los borrachos

 

A  estas horas el proyecto de ley que sancionaba a los  conductores borrachos lucha por sobrevivir en el Capitolio. Si se ahoga será una de las mayores frustraciones de esta legislatura. Su tránsito rápido por Cámara y Senado ilusionó a la opinión pública, al demostrar que nuestro Congreso sí es capaz de dictar leyes sobre temas que constituyen una necesidad sentida  de la gente. Hacía años que los ciudadanos comunes y corrientes no seguían con tanto interés un proyecto, sintiéndolo como propio. Era algo que respondía a una angustia sufrida por personas de toda clase social, nivel educativo, edad, sexo y condición laboral. Les gustó a todos, incluyendo a los borrachos.

Más allá de las estadísticas sobre accidentes provocados por los conductores ebrios, unos casos puntuales, como el de un  senador que con gritos destemplados no se dejó hacer la prueba de alcoholemia, pusieron este problema social en primer plano y pavimentaron el camino del proyecto. Con sus desplantes ante las cámaras de televisión, el  parlamentario registró ante millones de televidentes  cómo es de riesgoso manejar con tragos.

La iniciativa propuesta endurecía las penas, sin caer en excesos y se estaba convirtiendo en un buen ejemplo de las prontas respuestas legislativas que las Cámaras les dan a las solicitudes de la gente. Digamos que pasó por los debates reglamentarios a buena velocidad.

Lo malo fue el exceso de entusiasmo de algunos de sus impulsores, que en cada paso le colgaron disposiciones nuevas, hasta agobiarlo con su peso. Al final,                                tropezó y cayó aplastado por la sobrecarga. Sus mejores defensores aseguran que era preferible esa buena muerte a una  mala vida, los más decididos esperan resucitarlo en la próxima legislatura, algunos optimistas creen que se podrá salvar en los días que faltan de estas sesiones y la ciudadanía suma una frustración más a sus esperanzas de sacar a los ebrios de calles y carreteras, antes de que terminen en el cementerio junto con sus víctimas.

La iniciativa volverá, sin duda. Pero, infortunadamente, al saldo rojo se le sumarán los accidentes que ocurran                                                                        desde su sepultura, este fin de año, hasta la aprobación en el próximo.

Dios quiera que para entonces la preocupación colectiva no haya olvidado el tema,  no se alegue la congestión de las cárceles para rebajar las penas, senadores y representantes                                                       no aplacen la decisión por tratarse de un año electoral, las encuestas que miden  la intención de voto por sectores no      sobrevaloren el comportamiento del voto de los borrachitos, los asesores de las campañas piensen que es inhumano       seguir con tantas personas bebedoras y abstemias    expuestas a la mezcla de alcohol y gasolina, y que tengamos de nuevo la unanimidad a favor de un tratamiento severo de los conductores tomatrago.

Mientras tanto, en estas fiestas navideñas, muchos alzarán una copa  por la muerte del proyecto, y muchos más harán su brindis por la pronta resurrección. Ojalá a ninguno se le ocurra manejar  el carro.