DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 27 de Marzo de 2014

Sepultemos el Parlamento Andino

 

El Parlamento Andino murió pero subsiste como un cadáver insepulto. En realidad nació muerto. No captó ni un mínimo de atención de la opinión pública ni aquí, ni en los otros países andinos y hoy no se sabe si es peor su absoluta inutilidad o su descrédito.

Además, se desgonzó el andamiaje dentro del cual se le quiso otorgar un lugar de preeminencia. A pesar de las múltiples reparaciones, el Pacto Andino no cumplió sus propósitos de integración. Decepcionó a los países que miraban los acuerdos subregionales como una etapa inicial en la búsqueda de la integración suramericana.

En el campo económico, las nuevas tendencias del intercambio mundial obligan a pensar en los tratados de libre comercio y la regulación de relaciones bilaterales, más  que en  amplias zonas de integración que reproduzcan en este hemisferio los éxitos de la Unión Europea.

Tal vez por imitar ese modelo eso no se hundió ya del todo el Parlamento Andino. No lo sostienen  sus propias fuerzas, sino las noticias sobre el Parlamento Europeo. Pero como de ilusiones no se vive para siempre, la cruda realidad americana liquidó toda posibilidad de integración que siga los viejos moldes, y eliminó la opción de tener un Parlamento internacional, calcado sobre los patrones ajenos,  sin más funciones que arreglárselas para sobrevivir.

Por lo demás, en nuestro país este Parlamento no ha tenido ninguna trascendencia. Solo una pequeña parte de la población sabe que existe y otra aún menor tiene alguna idea de cómo nació y a qué horas apareció como un apéndice de nuestra institucionalidad. Sin embargo, vegetaba al amparo de la indiferencia colectiva. Únicamente ahora, a propósito de las elecciones para escoger los miembros que le corresponden a Colombia, se despertó el interés por eliminarlo.

Para no dejarlo en un rincón de nuestras instituciones, amortajado por normas legales que pronto algunos invocarán para impedir su entierro definitivo, es muy urgente borrar sus bases jurídicas y no seguir  obligados a votar en blanco cada vez que se convoquen elecciones para integrarlo. Ni el esfuerzo que representa una elección de esta clase tiene razón de ser, ni los electores encuentran motivación alguna para ir a las urnas, ni vale la pena gastar un presupuesto cuantioso.

En las elecciones recientes quedó claro el sentimiento popular. Los sufragios en blanco superaron los consignados por los candidatos que se sometieron a la prueba. ¿Tiene sentido repetirlas?

Liquidemos, pues, este esperpento cuanto antes y sepultémoslo en el cementerio que  alberga  los esqueletos de otras tentativas integracionistas que también fallaron. Tenemos demasiados problemas reales por lo cuales preocuparnos, para gastarle tiempo y recursos a la elección de un Parlamento inútil, escogido por ciudadanos que ni saben ni les interesa saber para qué sirve o, mejor dicho, para qué no sirve. Pero no lo dejemos por ahí tirado como testimonio de unos propósitos imposibles de cumplir. Hay que expedirle su partida de defunción con todas las de la ley.  Los cadáveres insepultos  contaminan el ambiente.