DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Julio de 2012

Los gestores de paz están disponibles

 

La situación indígena en el Cauca difícilmente puede tener un aspecto peor. Los factores de conflicto parecen entrelazarse para explotar una situación descuidada por siglos, que únicamente llama la atención cuando hace crisis, como ahora.

Sólo que en esta ocasión se desbordó y su combinación con las demás perturbaciones del orden público la vuelven más notoria e infinitamente más peligrosa.

Los reclamos tradicionales siguen vigentes y, en cambio de entenderse mejor, los diferentes sectores de un país mestizo parecen alejarse más y sólo coinciden en relegar los temas indígenas al último lugar de las preocupaciones nacionales. Pero las raíces conflictivas permanecen ahí, intactas como siempre, y en estos momentos se entretejen con los propósitos de una subversión que busca aprovecharlas para abrir un nuevo frente en su guerra, que comenzó siendo contra el Estado y cada día se vuelve más contra la sociedad.

Las imágenes de lo sucedido en las últimas semanas son elocuentes. No pueden mirarse como un episodio pasajero de desórdenes sin trascendencia. Y en casos como el enfrentamiento del cerro de Berlín no se sabe qué pesará más en el comportamiento futuro de los colombianos, si la audacia de los atacantes o el autocontrol de los soldados, que soportaron estoicamente los empellones y maltratos sin usar las armas, dispuestos a no responder las agresiones, prefiriendo llorar a matar.

Llevadas estas situaciones al extremo, vienen los acercamientos. Se abren las mesas de diálogo y la opinión pública ruega que los temas indígenas no se mezclen con los objetivos guerrilleros. Todos coinciden en buscar la conciliación y el entendimiento como propósitos inmediatos.

En estos afanes y pensando en el futuro es oportuno recordar que tenemos unos gestores de paz disponibles, con conocimientos, voluntad y experiencia, que resultarían inmensamente útiles para encontrarles salida a los enfrentamientos y, sobre todo, para evitarlos. Las víctimas de la violencia están listas a colaborar en el momento que las llamen, y nadie mejor que ellas para sortear las encrucijadas del conflicto, abrir los ojos sobre el desastre que provocan estos choques, enseñarles a los afectados cómo remediar los problemas sin que les cueste la vida o se generen líos mayores y mostrarles el camino para no desgastarse alimentando rencores.

Es la mejor vía para canalizar los esfuerzos hacia la aclimatación de la paz y la erradicación de los motores del conflicto.

Las víctimas tienen, además, la credibilidad necesaria para adelantar estas tareas y la motivación interior para convertirlas en un proyecto de vida, que mejora la propia y la de los demás.

La población indígena ha sido víctima de violencias provenientes de todos los orígenes y cuenta con personas de inteligencia excepcional y buena voluntad. El país está en mora de aprovechar sus capacidades y cuanto más pronto lo haga, tanto mejor. Sería un error colosal dejar que le transformen el sufrimiento en odio y le agreguen a sus males pasados la explotación de su presente.

Con la misma rapidez que se nombraron reconocidos victimarios como gestores de paz se podría designar a las víctimas cuyo perfil se acomode mejor a esta misión. Son un excelente recurso humano disponible ahora y, lamentablemente, no renovable.