Tras la salida en falso el pasado domingo de Gustavo Petro, con la que se puso en riesgo la estabilidad comercial del país y el bienestar de millones de familias colombianas, muchas alarmas que aún estaban adormiladas, se prendieron de tajo.
Las redes colapsaron en medio de mensajes de preocupación, predictología, análisis técnicos y no tan técnicos, memes, videos, pesimismo, sarcasmo y toda una serie de elucubraciones variopintas. En los grupos de WhatsApp, el pitido que indica la llegada de un mensaje nuevo ya se mantenía de forma casi que constante, como el silbido de una máquina de hospital que da cuenta de que el paciente acaba de perder sus signos vitales -situación a la que, por cierto, muchos colombianos estuvieron acercándose con la noticia dominguera-.
¿Qué se viene? ¡Con Trump no se juega! ¿Qué va a pasar con los miles y miles de colombianos que dependen de la cadena de producción de flores, aguacates, limones, banano? ¡Lo de que seríamos como Venezuela no era un cuento! ¡Alguien que le quite el celular! ¿Cómo está el dólar? ¿Y la Canciller qué va a hacer? ¡Sr. Musk, suspéndale la cuenta! ¿Y mi cita de la visa? ¡Que los 70 candidatos se unan, por favor! ¿Qué hacemos? ¡¿Qué hacemos?!!!
El diálogo interno en nuestras cabezas se mantenía aturdidor y debatiéndose entre el fatalismo y la esperanza: ¿Hay alguna posibilidad de salir de ésta y de tantas otras en las que este gobierno irresponsablemente nos ha metido y seguro nos va a seguir metiendo? Porque…. Un momento…. Vamos a salir, ¿cierto?
En medio de tanta confusión, intentábamos conservar la calma y pensar con algo de cordura. La arrogancia del señor de Palacio, acostumbrado en su juventud a estallidos y armas, había metafóricamente estallado una granada y las esquirlas nos iban a herir a todos… Ya no era una crisis lejana, por allá en la frontera, o en las largas filas de las IPS, que como no tocan a nuestra puerta, de forma obtusa logramos ignorar y hasta aprender a convivir con ello. No. La amenaza, esta vez, nos estallaba en la cara y nos afectaba a todos. De distinta forma, pero a todos.
El “¿qué hacemos?” que tanto se repetía entonces en redes y grupos de WhatsApp, ya nos daba una pista. De esta y de las muchas otras, solo podemos salir cuando entendamos que la defensa de nuestro país, es muy importante como para dejarla exclusivamente en las manos de los políticos.
Y así fue… Como si algo se hubiera roto al entender que la amenaza que constituye Gustavo Petro para la democracia es en serio, varios muchos parecieron haberse visto obligados a salir por fin de su estado de letargo y se activaron.
Empresarios de todas las regiones del país, que hasta ese domingo habían preferido “mantenerse al margen” porque su objeto social no era otro que generar utilidades a los accionistas y la política había que dejársela a los políticos, despertaron de su sueño profundo, se convocaron por derecho propio y empezaron a ejecutar estrategias para persuadir al gobierno de Trump: Había que hacerle entender que Colombia, que ha sido históricamente su mejor aliado en Latinoamérica, es mucho más que el gobierno que hoy nos dirige. De otro lado, directores de gremios, diplomáticos de toda una vida, y otros tantos personajes anónimos; levantaron los teléfonos, hicieron llamadas y lograron tejer puentes que de alguna manera ayudaron a bajarle la temperatura a la crisis.
Los medios hicieron lo propio y alertaron sobre el riesgo inminente que corría la economía del país y de las familias colombianas, de no resolver de inmediato este “impasse” generado por un impulso matutino del presidente de turno. Los distintos sectores de la oposición por fin encontraron una coyuntura que los hizo unirse y halar para el mismo lado. Amigos de unos y de otros, articularon conversaciones impensables que terminaron en que, como relata el New York Times, el presidente Uribe, por encima de cualquier diferencia, se pusiera al servicio de la patria para ayudar a resolver el problema y llamara al nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, para desactivar la mayor tensión diplomática de la historia reciente, entre Colombia y EE.UU.
Y así, en un movimiento casi que coreográfico, la inmensa mayoría de los colombianos que creemos en la vida, la libertad y la propiedad privada encontramos una razón para unirnos, activarnos y comprometernos de forma irrestricta con la defensa de nuestro país.
El domingo negro sembró algo que no puede desaparecer y que nos explica muchas cosas. Basta ya de pensar en candidaturas y en celebrar la aparición efímera de tantos personajes vanidosos que deciden renunciar a sus cargos para, con pocas opciones, aspirar a ser el relevo de Gustavo. Hoy lo que nos tiene que concentrar es la defensa de un único propósito: Garantizar que haya elecciones LIBRES en 2026, y que, a partir de ese momento, como ya lo he dicho en otras de estas columnas, Gustavo Petro solo sea uno de nuestros peores recuerdos.
Postdata: Ya llegará el momento de que nombres y uniones se decanten. Por ahora, no nos desconcentremos.