Cada vez que se produce una crisis de envergadura, o a la hora de abordar los desafíos globales más acuciantes, se suele invocar, como quien pronuncia un abracadabra, la intervención de la llamada “comunidad internacional”. Como si fuera una panacea. Una suerte de deus ex machina cuya irrupción providencial bastara para resolver los problemas y poner fin a las tragedias.
No está claro, sin embargo, ni hay consenso alguno sobre qué cosa es o quiénes integran o no esa “comunidad internacional”. Los escépticos, con descarnado y honesto realismo, ponen en entredicho su existencia. Otros, más persuadidos, advierten sin embargo sobre el abuso del término, y para prevenirlo, la derivan del respeto al derecho internacional y la práctica de cierto multilateralismo. Para algunos es la expresión política de una fuerza moral cosmopolita, superior al interés individual de los Estados, a la que, por lo tanto, éstos deben estar subordinados. En muchos casos, invocarla es casi un (necesario) acto de fe: ¿Cómo podría no existir? ¿Cómo podría no manifestarse cuando más se necesita? Como diría el personaje del Deutsches requiem de Borges, “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.
A raíz del trágico giro que han tomado los acontecimientos tras la desordenada retirada estadounidense de Afganistán, muchos han vuelto a hacer la pregunta: ¿Dónde está la “comunidad internacional”?
Lo que quiera que sea, la “comunidad internacional”, quizás, ha estado en Afganistán desde el principio, y sigue allí todavía. Aunque no del modo, ni con la eficacia, ni con la inmaculada pulcritud que muchos quisieran o esperan.
La intervención estadounidense en Afganistán se fundamentó en su momento en el derecho inmanente de legítima defensa, principio fundamental del derecho internacional. A los Estados Unidos se sumaron sus aliados de la OTAN, en aplicación de la cláusula de respuesta colectiva del Tratado de Washington. Pronto se estableció, por mandato del Consejo de Seguridad, una Misión de Asistencia (Unama). En Afganistán operan (¿hasta cuándo?) veinte agencias del sistema de Naciones Unidas.
A finales de los 80 se estableció un régimen internacional de sanciones, aún vigente, sobre Al Qaeda y los talibanes. Desde 2020, la situación en Afganistán está siendo investigada por la Fiscalía de la Corte Penal Internacional. Días atrás, la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos trazó una “línea roja” en esa materia para los nuevos mandamases del país.
El G7 acaba de reunirse extraordinariamente (aunque con magros resultados) para abordar la cuestión afgana; e Italia prepara un encuentro del G20 con el mismo propósito. Varios países, unos motu proprio y unos a instancias de terceros, han abierto sus puertas a los afganos que huyen del eventual ajuste de cuentas o de la represión -algunos, es verdad, les han cerrado sus fronteras, y otros, presumiblemente, lo harán tarde o temprano-.
Ahí está, en todo caso, la “comunidad internacional”. O lo más parecido que puede haber, en la práctica, a la idea que muchos evocan cada vez que la invocan. U otra cosa, lo que quiera que sea.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales