Aunque Petrobras no ha estado ausente de debates sobre su gobernanza ni sobre posibles brotes de corrupción, es interesante ver lo que está sucediendo con la mayor empresa de Brasil. Petrobras alcanzó un precio bursátil de 112 billones de dólares en la bolsa de valores recientemente. El más alto de su historia. Este valor excede al de colosos como Exxon Mobile o Chevron. Acaba de aprobar un enorme plan de inversiones corporativo para los próximos cinco años por 102 billones de dólares, cuyas inversiones se concentrarán fundamentalmente en exploración de hidrocarburos fósiles off shore en el sur y en una nueva zona de exploración que ha abierto el Brasil en la costa norte del país. Brasil es a la fecha el séptimo productor mundial. Los expertos pronostican que próximamente será el cuarto.
Petrobras y la política energética del Brasil no han estado exentas de debates similares a los que tenemos en Colombia en torno a Ecopetrol: ¿debe subsidiarse o no el precio de la gasolina? ¿Cómo manejar el precio del diésel? ¿Cuál es la mejor gobernanza corporativa que debe rodear a la principal empresa brasileña donde el Estado es accionista mayoritario, pero donde hay también un numero plural muy grande de accionistas privados? ¿En sus puestos directivos deben predominar los técnicos o los amigos del gobierno? ¿Cómo salvaguardar estas empresas de brotes de corrupción que no han faltado a lo largo de los años? Pero en lo que difiere radicalmente el gobierno de Lula del de Petro es que el primero no tiene la menor duda de que Petrobras debe seguir explorando dinámicamente nuevos yacimientos de hidrocarburos fósiles. Mientras que nosotros, por el contrario, y como se sabe, tenemos prohibida la firma de nuevos contratos de exploración. Con lo cual las reservas brasileñas de petróleo y gas están creciendo mientras que las nuestras comienzan un preocupante declive.
Ambos gobiernos están preocupados con el cambio climático; ambos son países limítrofes de la cuenca amazónica y por lo tanto están interesados en conservarla en la mejor forma. Pero en Brasil piensan que la reducción de los subsidios a la demanda de los hidrocarburos es la mejor ruta para moderar su demanda y por tanto luchar exitosamente contra el cambio climático. Nosotros hemos ajustado también el precio de la gasolina, pero seguimos aferrados a la idea fija de que para contribuir a la lucha planetaria contra el calentamiento global debemos además reducir la oferta de fósiles cerrando los contratos de exploración. Ambos países quieren mantener fuertes sus empresas petroleras, pero Brasil parece-a juzgar por las cifras que se han citado al comienzo de este artículo- estar teniendo mayor éxito que nosotros.
Acá en el fondo podemos ver el contraste entre dos mentalidades: la de Lula y la de Petro. El brasileño es pragmático, el colombiano no lo es. El primero no cree que su país tenga una responsabilidad cósmica con el universo en lo que concierne a la transición energética global, mientras el segundo sí cree tenerla y por ello prohíbe las nuevas exploraciones y predica incansablemente en los foros internacionales su evangelio al que nadie le hace caso por lo demás. El primero busca los mejores intereses para Brasil, pero se mueve con los pies en la tierra. El segundo divaga incansable en la órbita sideral de sus teorías cósmicas.