Hay personas difíciles de entender y tratar, una de ellas fue Edén Pastora, (el comandante cero) fallecido recientemente a los ochenta y tres años en Nicaragua. Cuando en 1978 al frente de un comando insurgente integrado por veinticinco militantes se adueñó durante tres días del Palacio Nacional en Managua, incluyendo la Asamblea Legislativa, para presionar la salida del gobierno dictatorial de Anastasio Somoza Debayle, manteniendo cautivos a más de mil rehenes, operación que dejó varios muertos, consiguió que se accediera a sus peticiones, su nombre figuró en la primera plana de los periódicos del mundo.
Sandinista y luego antisandinista, amigo y enemigo de los Ortega, a la caída de Somoza en 1979 esperaba ocupar un alto cargo, solo obtuvo el nombramiento de viceministro y libró una lucha de guerrillas poco comprensible. Era la época de Reagan y los Contra, del coronel Oliver North, del envío de armas a Irán para entregarles fondos, fracasó. Quiso ser presidente en dos ocasiones, llevó vida de aventura, se opuso al marxismo de sus antiguos camaradas, recibió dineros de simpatizantes en varios países y de la CIA, atacó el Puerto de Managua, Corinto en el Pacífico y San Juan del Norte, resultó herido por una bomba que mató a ocho compañeros.
En 1986 creó una empresa de pesca de tiburones en Costa Rica, en el 2016 reelegido Daniel Ortega por cuarta vez presidente, lo designó delegado para el desarrollo de la Cuenca del Rio San Juan donde ocasionó un grave conflicto limítrofe. Reprochable su comentario de que “a las sotanas también les entran balas,” a propósito de la protesta de la Iglesia Católica del 2018 contra el gobierno opresor en Nicaragua.
Hace tiempo tuve en San José un diálogo con Pastora, -mejor un monólogo-, no olvidaba el asesinato de su padre por la Guardia Nacional de los Somoza, dijo que en los combates disparaba de lado a sus adversarios para hacerlos sufrir menos. Su silueta forma parte del péndulo de la “revolución” en Latinoamérica.