EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Mayo de 2012

Totalidades que se encuentran

 

Solemos llegar a las relaciones de pareja con la cabeza puesta en la loca idea de que el otro o la otra nos va a completar. Hemos creado ideas distorsionadas sobre lo que es el amor y a partir de ellas construimos parejas y familias, que tarde o temprano colapsan.

Somos herederos de herederos de ideas distorsionadas, por lo que no sería justo culpar a nuestros padres o abuelos por esa transmisión generacional de conceptos nocivos para la salud emocional, como la media naranja, el príncipe azul/la princesa rosada y el amor eterno. Ellos a su vez los aprendieron familiar y culturalmente. Pero aquí, nada es eterno ni perfecto.

Cuando llegamos a pareja no nos hacemos uno. Eso implicaría que alguno de los miembros de la pareja renuncie consciente o inconscientemente a su proyecto de vida, por amor; eso sería restar, no sumar. A la pareja llegamos dos y seguimos siendo dos, cada uno con su proyecto de vida individual: una parte de ese proyecto es la vida de pareja. Esa es la intersección entre las dos totalidades que se juntan, para construir una nueva dimensión que será la base de la familia.

El problema es que si seguimos buscando la media naranja no nos daremos cuenta de que los seres humanos no somos medios, sino completos. Si llegamos a la pareja con la expectativa de ser uno, o de que la “otra mitad” nos complete, la frustración llegará al constatar que nadie nos puede completar o que la vida del uno se impone sobre la del otro. La tarea de completarse es individual e intransferible. En pareja nos podemos complementar y acompañar en la tarea personal de completarnos. Es allí donde está el aprendizaje, es ese el sentido último de la relación: dos completos, que se acompañan en el proceso de la vida, mientras haya aprendizajes mutuos que surtir.

Muchas “parejas” realmente no lo son: hay relaciones asimétricas con dinámicas de poder-sumisión; otras que funcionan más como padre-hija o madre-hijo; otras que se transformaron en acuerdos de amistad, pero que la fuerza de la costumbre y el apego impiden aclarar sanamente; y también hay contratos explícitos de compra de amor. ¿Dónde está la solución? En asumir individual y plenamente la propia existencia, en reconocernos responsables de nuestro destino. Que éste se comparta es otra cosa. Si nos asumimos amorosamente como totalidades en proceso de construcción (que dura la vida entera), estableceremos relaciones más sanas y sólidas, no necesariamente eternas. Y requerimos pasar primero por aprender a concebirnos a nosotros mismos como completos, únicos, irrepetibles. Para eso se necesita consciencia y decisión, pero no todos estamos dispuestos a salir de nuestras zonas cómodas y pagar el precio…