La pasión no es amor
Ninguna de las nueve acepciones que sobre la palabra pasión trae el Diccionario de la Real Academia se refiere al amor.
La palabra pasión ha venido haciendo carrera, no solamente en español sino también en otros idiomas, planteándose como el máximo sentimiento que los seres humanos podemos tener hacia algo, moviéndonos a hacerlo.
Es cierto que los idiomas son dinámicos, que no es lo mismo el castellano del siglo XIII al español actual, que se van incluyendo nuevas palabras y/o acepciones en las versiones corregidas del Diccionario de la RAE; pero, en relación con la palabra pasión, el tema no se agota en la gramática comparada, la lingüística y la semiología, sino que va más allá, a lo psicológico y lo espiritual.
“Acción de padecer. Pasión de Jesucristo. Lo contrario a la acción. Estado pasivo en el sujeto. Perturbación o afecto desordenado del ánimo. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona. Apetito o afición vehemente a algo. Sermón sobre los tormentos y muerte de Jesucristo, que se predica el Jueves y Viernes Santo. Parte de cada uno de los cuatro Evangelios, que describe la Pasión de Cristo”. Por ningún lado aparece el amor, ¿verdad? Lo más frecuente es que esas inclinaciones muy vivas hacia alguien o la afición vehemente a algo nos nublen la visión. En estado de apasionamiento no vemos con claridad, desconocemos lo que para otros es evidente, dejamos de estar conectados con nosotros mismos.
La pasión hace que hinchas furibundos de un equipo cometan desmanes, sea que éste gane o pierda; la pasión por el dinero lleva a la corrupción y todo tipo de delitos. Y no hay que preguntarse mucho sobre el origen de los crímenes “pasionales”.
No es necesaria una gran pasión para desconectarse. Nos puede apasionar el chocolate o el licor, una idea o una emoción desenfrenada. Las pasiones nos llevan a la lucha, todo lo opuesto al amor. El narcotraficante lucha, al igual que el político, el militar, el cura o el empresario corruptos, el guerrillero enceguecido, el vecino envidioso, el artista depresivo o los novios celosos. Padecen y hacen padecer, desde las pasiones que les enceguecen. Lo hecho apasionadamente, finalmente no funciona, aunque en apariencia parezca que sí; es cuestión de tiempo. Lo amoroso, en cambio, da fruto.
Desde el amor la cosa es diferente: vamos teniendo mayor comprensión del sentido de la vida, de lo que ocurre y lo que nos ocurre. Desde el amor podemos aprender y tener una mayor y mejor conexión con nosotros mismos. Podemos reconocer que no necesariamente lo que queremos es lo que necesitamos. Si empezamos a transformar nuestras pasiones en amor, seguramente seremos más plenos cada día.