EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Junio de 2013

La fuerza de la vida

 

Me  sigo maravillando cada vez que veo una delgada rama de pasto aflorar a través de un duro concreto, que no tiene inconveniente en ceder. Lo verde surge lentamente, sin afanes, buscando darle la cara al sol, y lo logra. Me ocurre lo mismo con una libélula, que en su aparente fragilidad convive con el viento aprovechando sus corrientes, subiendo, bajando, posándose en un tronco. Es la fuerza vital, que está presente en todas partes, todo el tiempo. Es esa fuerza que tiene usted, que tengo yo, que a veces no vemos o que no sabemos cómo usar, y que sin embargo es inevitable. Esa fuerza es el común denominador de todo lo que existe, eso más grande e invisible, a lo que se le pueden dar muchos nombres, que a la larga no lo van a abarcar.

El problema surge cuando con consciencia o si ella usamos inadecuadamente esa fuerza. Si la libélula la opone contra el viento, si lucha, lo más probable es que termine abatida, con las alas rotas, o muerta. Pero en su sabiduría inherente, tanto el viento como el insecto se respetan mutuamente y cada cual hace lo que le corresponde, siendo fieles a su esencia. El viento sigue siendo viento y la libélula, libélula. También el cemento se quiebra generoso, dejándose adornar por el pasto, coexistiendo, cada quien siendo lo que es y dejando que suceda lo que corresponda. Ello incluye el caos de fragmentarse o el de dar muchas vueltas dentro de torbellinos de aire.

Los seres humanos a veces nos enredamos con esa fuerza existencial. Esa energía que podríamos aprovechar para crecer cada día más, para aprender a vivir mejor y desaprender todo lo que nos lo impide, la destinamos a la confrontación, a la pelea, a pasar por encima de los otros. Tal vez ocurra ello porque en la danza permanente entre caos y orden requerimos del desorden para construir nuevos escenarios. Lo que pasa es que podríamos ahorrarnos muchas cuotas de caos, que en realidad no son necesarias: las del sufrimiento y del sacrificio, propio y ajeno. Pero continuamos como humanidad confundiendo el sentido de la fuerza, y preferimos usarla para la guerra que para la generación de ideas hacia el bienestar real, invocarla en nombre de patrioterismos que dividen, antes que a favor de vínculos de fraternidad. 

Hoy podemos hacer un alto y reflexionar sobre el sentido que le estamos dando a nuestra fuerza vital. Podemos darnos cuenta si la estamos utilizando para luchar, cualquiera que sea la “causa justa”, o para fluir en armonía, ocupando cada quien su lugar. Podemos reconocer que, en últimas, esa fuerza está a favor de la vida.

@edoxvargas