En circunstancias adversas como las que enfrentan los colombianos por las características del país, y ahora por la pandemia y los estragos que va dejando, recordar la vida de personas que con tesón, deseo de superación y servicio, convicción, rectitud y honorabilidad, han superado profundos obstáculos, resulta gratificante para las nuevas generaciones que a veces perciben un futuro incierto y desolador.
Es el caso de un personaje de provincia, protagonista indiscutible de gran parte de la historia política de Colombia, nacido a principios del siglo XX en el seno de una familia humilde conducida por su madre. El historiador Antonio Cacua Prada presenta la obra magistralmente escrita en primera persona, en la que expone la biografía de don Cerveleón Padilla Lascarro. Oriundo del Magdalena Grande, su liderazgo como padre, líder político conservador de la casa Laureanista y gran servidor, se gestó en Chimichagua, tierra singular del departamento del Cesar.
Al recorrer las páginas del libro y siguiendo la narración de los avatares de Padilla Lascarro, se repasa la historia socio-política de Colombia, a partir de una mirada desde las regiones, y muy especialmente del Caribe colombiano.
Entre paseos y vallenatos propios de esas tierras se van tejiendo algunos de los más destacados episodios de la vida política nacional y local del siglo XX. Recordando versos pintorescos de composiciones como el “El Tigre de Chimichagua”, “La Chimichaguera” y “La Priagüa”, se revela cómo el concejal, tesorero, juez, alcalde y secretario de desarrollo económico y social de Chimichagua, secretario de hacienda y Representante a la Cámara por el Cesar, trabajó denodadamente por la educación, salud e infraestructura de su región, y por lo que es más importante: una cultura de legalidad, transparencia, civismo y buen gobierno.
Grandes contribuciones hizo al Partido Conservador y a la protección e impulso de su ideario programático, participando activamente y ejerciendo su liderazgo en episodios determinantes como el de 1968, durante la presidencia de Lleras Restrepo, a propósito de la reforma constitucional.
Quienes, como mi padre, tuvieron el honor de conocerlo, y trabajar hombro a hombro con don Cerveleón, lo recuerdan con admiración por sus hazañas, inteligencia y también por su personalidad transparente, reflejada en su mirada profunda y su “sonrisa amplia y cordial”, como señaló Hugo Escobar Sierra en 1960.
Este hombre que fue recolector y vendedor de “bicho” en El Banco (Magdalena) y terminó ocupando de manera destacada y sin tacha importantes posiciones a nivel municipal, departamental y nacional, se educó a pesar de las vicisitudes. Fue, en gran parte y como él señaló, un autodidacta. Jamás sucumbió ante las dificultades, que fueron muchas. Al contrario, a propósito de ellas, formó su carácter y descubrió fortalezas que puso siempre al servicio de otros, de su familia, de su gente, de la Nación, con gallardía, bondad y generosidad.
Al final, no quiso pomposos homenajes ni discursos especiales. Sólo pidió ser llevado a su adorada Chimichagua para reposar en la eternidad junto a su madre querida. ¡Se cumplió!
Pero, ¿cómo no rendir homenaje a un hombre de tales calidades? Su vida y enseñanzas deben ser recordadas por siempre, como ejemplo a seguir, con la certeza de que el esfuerzo, perseverancia y fuerza de carácter son garantía de nuevas oportunidades. Lo que hoy para muchos es mera retórica, al contemplar la vida de Padilla Lascarro, se convierte en realidad y posibilidad.
Por @cdangond