Los momentos más fulgurantes del país y donde hemos avanzado más rápidamente están ligados a aquellos años en que nos hemos puesto la mayoría de los colombianos la camiseta de un proyecto de país, incluso a pesar de las dificultades. Mostramos nuestro carácter cuando enfrentamos el terrorismo y la violencia del narcotráfico y fuimos capaces de crecer y bastante a pesar de aquello; lo propio cuando fuimos casi dos años consecutivos el país que más crecía en el mundo OCDE luego de pandemia y según “The Economist” una de las tres economías del mundo con mejor recuperación luego del covid- 19. En ambos casos lo hicimos porque estábamos la mayoría unidos en torno a un propósito común.
Yo espero que la semana santa haya servido de reflexión para que no sigamos en el camino equivocado de dividirnos, de polarizarnos y de la confrontación y la camorra política. Yo francamente espero que resucitemos de la pasión de tanto twitter envenenado de odio y división. Los colombianos estamos “mamados” de que al país lo dividan entre ricos y pobres, izquierda y derecha, buenos y malos, pueblo y aristocracia, uribistas y petristas, y todo adobado con una espiral de victimización. Esto último para explicar “que no nos dejan”, “que las instituciones no ayudan”, “que los medios embrutecen”, o simplemente con retrovisor a 2 años de distancia para justificar la propia incompetencia.
Mientras este “juego” o “estrategia” se sucede, el país ve que la economía se desmorona, que la seguridad se deteriora y que la confianza se resquebraja. Mientras tanto, la inversión pública no se ejecuta y la inversión privada no fluye. Por eso aparecen las “vacas” para recoger lo que el gobierno prometió y no cumple en inversiones para zonas tan necesitadas de conectividad productiva y oportunidades como Urabá, y viene un “hato” después que sigue con la “vaca del caribe” para solucionar dos años de lentitud de respuesta en el tema de tarifas eléctricas.
Cuando intento explicarme porqué ante tanta evidencia de que es urgente cambiar la forma de gobernar y construir consensos y acuerdos reales nacionales y que esto no se logra, me vuelve a la mente un pequeño texto de la escritora española Irene Vallejo titulado “Borrachera de Poder”. Palabras más, palabras menos, la autora señala que “elegimos a nuestros gobernantes para que cambien la realidad, pero muchas veces son ellos quienes cambian…(son) los síntomas de esta dolencia: alejamiento de la realidad, exceso de confianza, lenguaje mesiánico, convencimiento de estar en la senda de la verdad y no tener que rendir cuentas ante la opinión pública, sino ante la Historia con mayúscula”. Y a continuación describe esto como el síndrome de Hybris.
A ese síndrome señala la autora sólo se le combate con prudencia, equilibrio y ponderación.
Será posible pedir que ese síndrome de Hybris no termine por dividirnos más y que como sociedad no nos dejemos dividir. Siempre será preferible, por prudencia, dejarles hablando solos y hacer caso omiso a la insaciable sed de dividir, que claramente no va a permitir que el país avance y que por el contrario nos robará lo único que no podemos permitir que se lleven, que es la esperanza.
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*Rector Universidad EIA