Los colombianos hemos perdido la cuenta de los aspirantes a la Presidencia de la República para el periodo 2022/26. Se dice que es una muestra de vitalidad democrática. Sin embargo, se aprecia algo de ligereza en tantas pretensiones.
El congestionado tinglado indujo a Omar Yepes, presidente del Dinacional Conservador, a conversar con los que están en el sonajero azul: Juan Carlos Echeverry, Mauricio Cárdenas, Juan Carlos Pinzón, David Barguil y Efraín Cepeda. Y con Martha Lucía Ramírez, quien ha guardado la discreción debida a su alto cargo. Trascendió que algunos consideraron prematuro entrar a la contienda, lo que demuestra serenidad y madurez, atributos indispensables en la dirección de la República. Los nominados del Conservatismo sobresalen por su trayectoria, conocimiento del Estado y por sus aportes al desarrollo democrático del país.
En el escenario general se observa como la Coalición de La Esperanza considera que el centro político les corresponde exclusivamente. Por favor, esa tendencia se encuentra en la mayoría de los partidos y, casi siempre, decide las elecciones. Pero, paradójicamente, los movimientos que surgen como sus voceros, tienen poca vida pública. No resisten el vendaval de las controversias. Es más, en estos tiempos, lo que decide a la opinión son las acciones concretas de los gobiernos. El pueblo exige una democracia eficaz, capaz de solucionar los problemas de la gente. No importa el color del cheque del Ingreso Solidario. Lo importante es que llegue.
Jaime Rodríguez Arana, politólogo español, desde hace años sostiene que “Las reformas y el centro político son dos caras de la misma moneda por una razón poderosa, porque ambas cualidades de la actividad política tienen como presupuesto esencial el trabajo sobre la realidad y la dignidad del ser humano. El reformismo político tiene una virtualidad aristotélica: Se opone igualmente a las actitudes revolucionarias y a las inmovilistas”.
Por eso, el espacio propio del Partido Conservador es la centro-derecha, y ancla su doctrina en la piedra angular de la dignidad humana. Por supuesto, no pretendemos estar solos en ese tablado.
Por cierto, los retos del Partido Conservador son de gran magnitud. No tiene tiempo ni espacio para las equivocaciones. Debe recuperar la “marca partido” si quiere contribuir a la elección de sus congresistas en marzo del 2022. La tendencia decreciente en el número de curules hay que revertirla o asistiremos al comienzo de la irrelevancia de la colectividad. Además, la elección de marzo determinará las candidaturas presidenciales.
El Partido Conservador debe aprovechar la ocasión para que nuestros candidatos y dirigentes inviten a los colombianos a aceptar las realidades que nos circundan. Una realidad política: la victoria del NO en la cita plebiscitaria 2016. Una realidad jurídica: la vigencia de las instituciones nacida del Acuerdo de Paz. Una tercera: el cumplimiento del 75% de los reinsertados, apoyado probadamente por el gobierno Duque.
Tales realidades, sumadas a la traición de Iván Márquez y su banda y, a la violencia estremecedora del narcotráfico con su secuela de masacres y lideres asesinados, obliga a mirar más allá de las luces y sombras del proceso de paz del presidente Santos; obliga a mirar más allá de la incomprendida pero atinada “paz con legalidad”, del presidente Duque. Los candidatos conservadores y las jerarquías del partido tienen la oportunidad de proponer a los colombianos más que una política de paz, una política que produzca paz. Construir esa política ennoblecerá la campaña y será, al mismo tiempo, compromiso y bandera.