Tengo el privilegio de que la ventana de mi oficina da contra la quebrada La Vieja y al fondo los hermosos cerros de Bogotá, cubiertos de árboles. Un panorama bellísimo que, ayudado por el sonido de las aguas de la quebrada, pacifica el ánimo.
Veo a mi derecha un eucalipto que debe tener al menos 40 metros de altura. Eran cuatro, pero hace algunos años el Acueducto, que poco respeto tiene por la naturaleza, derribó tres y sólo subsiste, imponente, éste.
Con alguna frecuencia veo volar en el fondo azul profundo del cielo una familia de halcones que, a diferencia de los pajarillos que pasan por el frente a todas horas, vuelan a gran altura y solo ocasionalmente mueven las alas. El resto del tiempo, planean. Desafortunadamente, sus visitas duran poco tiempo.
El miércoles pasado pude ver, filtrándose a través de las ramas del eucalipto, la luna azul ¡maravillosa!
Pero el jueves por la tarde apareció algo que no había visto en muchos años ni desde aquí ni en ninguna otra parte: un arco iris que se cernía sobre la quebrada y arrancaba en los cerros. También fue un bellísimo espectáculo pero duró algo menos de diez minutos. Me entusiasmó porque hace muchos, muchísimos años, no veía un arco iris, La última vez que recuerde y me llamó mucho la atención, fue un arco iris sobre una quebrada campesina, era muy pequeño y de no más de tres metros de altura. Lo hubiera podido tocar con la mano.
Tengo que confesar que yo, que a veces me acelero muchísimo, sentí una paz enorme con la vista del arco iris. Recordé entonces que, según la Biblia, después del diluvio Noé y los suyos vieron un arco iris hermosísimo. El Génesis (9, 11-16) narra así:
“11 El compromiso que contraigo con ustedes es que, en adelante, ningún ser viviente morirá por las aguas de un diluvio, ni habrá nunca más diluvio que destruya la tierra.
12 Y Dios dijo: 'Esta es la señal de la alianza que establezco entre ustedes y yo, y con todo animal viviente que esté con ustedes, por todas las generaciones que han de venir:'
13 Pongo mi arco en las nubes para que sea una señal de mi alianza con toda la tierra.
14 Cuando yo cubra de nubes la tierra y aparezca el arco en las nubes,
15 me acordaré de mi alianza con ustedes y con toda criatura que tiene vida, y nunca más habrá aguas diluviales para acabar con toda carne.
16 Pues el arco estará en las nubes; yo al verlo me acordaré de la alianza perpetua entre Dios y todo ser terrestre, con todo ser animado que vive en una carne.”
No debemos dejar que este maravilloso símbolo de paz, legado por Dios a toda la humanidad, se lo apropie ningún grupo social restrictivo.
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Coda: Todos los días vemos noticias sobre los abusos que, en las playas de Cartagena y Santa Marta, se cometen contra los turistas, especialmente extranjeros porque los colombianos sabemos defendernos. No entiendo por qué los alcaldes no han sido capaces de controlar ese fenómeno. Basta carnetizar a quienes venden frutas o comidas o prestan servicios en las playas y obligarlos a que lleven una lista visible de precios en pesos y dólares. Lo mismo para los restaurantes y servicios de playa. Y poner unas vallas que indiquen a los turistas que solamente compren a quienes tengan visibles los precios. Y un par de policías prestos a resolver los problemas. Eso debería bastar y para eso están los alcaldes. ¿O necesitamos ley?