Mi primer jefe marcó mi vida de una manera que siempre ha valido la pena recordar. Desde los primeros días entendí su liderazgo. No solo me asignaba responsabilidades, me impulsaba a ir más allá desde la reflexión y la acción. Cada conversación era una invitación a crecer, a creer en mí misma, a superar límites y temores auto impuestos. Recuerdo la motivación a intentar iniciativas que parecían fuera de mi alcance y la relevancia de alcanzar los logros en equipo. Sin duda, su liderazgo, me impulsó a aprender y a confrontar. Definitivamente, este tipo de liderazgo fue un regalo invaluable en el inicio de mi carrera.
Esa experiencia me llevó a reflexionar sobre la diferencia entre un jefe y un líder. Aunque ambos ocupan posiciones de autoridad, sus enfoques y los resultados que logran son diametralmente opuestos.
Un jefe es aquel que se basa en la jerarquía para obtener resultados. Su foco está en su posición, no consulta opiniones, no genera consensos y se centra en mantener el control. Pretende dirigir desde la distancia, su protección de autoridad, pero rara vez inspira. Esta relación carece de conexión humana. Los entornos liderados por jefes son rígidos, generan altos niveles de estrés, desmotivación y lamentan no tener claro lo que los une. En últimas, no cuentan con un propósito superior que promueva su cohesión.
De manera contraria, el líder no se centra en la autoridad, sino en la influencia. Sabe que su papel no es solo dirigir, sino también desarrollar a las personas de su equipo. Cuando un jefe ve empleados y personas a cargo, un líder ve talentos y cultiva su potencial. Estos equipos liderados son espacios donde las personas sienten que pueden crecer, innovar y aportar. Según Gallup, el 70% de las causas de bajo desempeño en las empresas están directamente relacionadas con la falta de liderazgo efectivo.
Ser líder no es un título, sino un conjunto de acciones y actitudes que pueden desarrollarse con decisión y práctica. Para realizar esa transición, el primer paso es escuchar activamente, entendiendo las necesidades y preocupaciones de tu equipo para construir una base sólida de confianza. Delegar con confianza es esencial, pues permite que otros asuman responsabilidades y fomenten su crecimiento profesional.
El desarrollo de las organizaciones es el desarrollo de las personas desarrollándose dentro de las organizaciones. Es decir, el verdadero progreso organizacional se construye a partir del crecimiento personal de quienes forman parte. Por eso para el líder, el crecimiento de su equipo es tan importante como el cumplimiento de objetivos.
Desarrollar la empatía es la base para conectar genuinamente con las personas, creando vínculos que trascienden las dinámicas laborales y fortaleciendo el compromiso hacia un propósito superior. El líder inspira a través de sus acciones, predicando con el ejemplo. Este tipo de liderazgo no solo genera resultados tangibles, sino que también deja una huella profunda: respeto, confianza y motivación duradera.
En conversaciones con colegas y amigos, surge con frecuencia la necesidad de un cambio cultural en las organizaciones: pasar de un modelo de mando autoritario a uno de inspiración auténtica. Este cambio no solo impacta positivamente el desempeño organizacional, sino que transforma la sociedad al crear espacios donde las personas se sienten valoradas, escuchadas y motivadas a dar lo mejor de sí.
Como lo señala Linda Hill, profesora de Harvard Business School: “El liderazgo transformador en el 2024 se define por la capacidad de construir comunidades resilientes, donde las personas se sientan vistas, escuchadas y empoderadas”.
Hoy te invito a reflexionar: ¿Eres un jefe que manda o un líder que inspira?