Pocas cosas conmueven más que el Ave María bien cantado, por una sola voz o un coro, en un matrimonio, una primera comunión, un entierro, una procesión o en alguna pequeña iglesia de algún pueblo.
Igual se vibra de emoción en la Plaza de San Pedro, en Roma, cuando la multitud corea un Ave María, que en Chiquinquirá cuando los peregrinos entonan esta bella oración acompañados de tiples, guitarras y guacharacas.
Hermosa plegaria en cualquier idioma y en cualquier país. Quizá, porque nos unen en nuestra fe cristiana, porque nos hacen sentir hermanos alrededor de una Madre que compartimos, de una historia que nos pertenece.
Siempre hay algo profundamente místico, poderoso, íntimo y amoroso en cada Ave María cuando se recuerda a la Virgen “llena de Gracia” recibiendo el anuncio del ángel, a la joven madre con su niño recién nacido en el establo, a la “Dolorosa”, al lado de la cruz, recibiendo el cuerpo de su hijo, a María nuestra compañera, “ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Por eso, fue emocionante asistir, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, a un concierto de la Schola Cantorum de la Catedral de Bogotá, dedicado exclusivamente a la interpretación de Ave Marías, en total 13 de ellas, compuestas en diferentes épocas y estilos. Unas muy sacras, otras menos formales, algunas cantadas a capella, otras acompañadas por órgano o piano, todas, sin excepción, bellísimas.
Este coro fue creado en el 2011 por el cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, y acoge a niños y adolescentes de ambos sexos, con el propósito de brindarles una experiencia musical enriquecedora en el ámbito de la música sacra y el humanismo cristiano.
Su directora, Barbara de Martiis, Maestra en Música de la Pontificia Universidad Javeriana con énfasis en Dirección Coral, y quien tiene una larga e importante carrera musical, fue explicando con detalle cada obra del repertorio, a un auditorio totalmente completo.
Con éxtasis disfrutamos de las hermosas voces del coro de 22 principales y 7 aprendices, 23 niñas y 6 varones. Sería difícil seleccionar cuál de las 13 obras fue la más sublime, nos conmovió más, o resonó mejor con la magnífica acústica de esta sala de conciertos.
Se oyeron obras tan bellas como un Ave María del Canto Gregoriano y la de Mozart, de 1788, un ejercicio de contrapunto. También fueron incluidas algunas más conocidas en nuestro medio, como son: la de Schubert, de 1825, la de Mendelssohn, compuesto para la ópera Loreley, en 1847, y la de Gounod, de 1859.
No faltaron el hermosísimo Ave María del checo Dvorak, de 1877, ni la sublime composición para La Misa de Vísperas, 1915, del ruso Rachmaninov, compuesta especialmente para voces blancas.
La oración preparada por Verdi, para su ópera Otelo, la cual canta Desdémona antes de ser asesinada por su marido enfermo de celos, hizo vibrar al auditorio; igual, la obra contemporánea del húngaro Kodally y la hermosísima composición del colombiano Juan Antonio Zuleta.
Este coro es una joya colombiana; ojalá, muchos en todo el país lo disfruten, ojalá tenga la difusión que se merece.
Coda: Juan Guaidó ha retornado a Venezuela, le sobra valor y lo acompaña la razón y el derecho. ¡Animo, presidente Guaidó!