Se le atribuye al General Santander la idea de que “vale más un desengaño, por cruel que sea, que una perniciosa incertidumbre.” Cuando el actual presidente proclamó el nacimiento de una “Colombia de lo posible,” la incertidumbre inspiró terror en millones de colombianos, confusión en muchos otros, y esperanza en otros más. Casi dos años después, es innegable el deterioro de nuestra vida nacional, que pasó de ser una pesadilla nebulosa a la realidad nítida que rige nuestras vidas. Las certezas son aterradoras, pero por lo menos nos permiten divisar el camino hacia una corrección del rumbo y una recuperación del país.
Hoy tenemos claro que el aislamiento del presidente es cada vez más total. Casi dos tercios de los colombianos consideran “malo” o “pésimo” su desempeño y menos del 30% lo apoyan en materias de seguridad, movilidad y disminución de pobreza. Entre los gobiernos locales, que gozan de alta popularidad a pesar del sabotaje del gobierno central, los más aplaudidos son aquellos que se han enfrentado decisivamente al proyecto político petrista, como Federico Gutiérrez en Medellín, Alejandro Eder en Cali, Jaime Beltrán en Bucaramanga y Dumek Turbay en Cartagena.
El presidente tampoco cuenta con el apoyo del congreso, al que ha logrado antagonizar con su propia intransigencia y flagrante deslealtad a la república. El hundimiento de la reforma a la salud, a pesar de todos los intentos del ejecutivo de amenazar, sobornar y manipular a los legisladores, debe entenderse como una victoria de la democracia representativa.
Quizás la mayor pérdida de todas para el petrismo, reflejada en ambas de las tendencias mencionadas, ha sido la del apoyo de influyentes figuras socialdemócratas o de izquierda democrática. Me refiero a aquellos que se conocen equivocadamente como de “centro” en Colombia, a pesar de su predilección por la expansión agresiva del aparato estatal a expensas del sector productivo. Es un grupo generalmente capacitado que se dejó convencer, a finales de la década pasada, que Colombia es un país tan cruel, desigual e injusto que cualquier cambio de sistema, por más disruptivo que sea, valdría la pena en la medida en que nos acercaría a la justicia social tan urgentemente necesaria. Es cada vez más notable el arrepentimiento de aquellos colombianos bien intencionados ante la destrucción de los sistemas sociales y las barreras institucionales que hemos construido a lo largo de varias décadas y que nos separan de la miseria y la barbarie. Debemos perdonarlos, pero nunca olvidar su ingenuidad.
El presidente está cada vez más solo, pero es enorme el daño que ha podido hacer únicamente con sus poderes presidenciales. Ha logrado provocar la peor crisis de salud de nuestra historia reciente, debilitar y desmoralizar a nuestras fuerzas armadas y policiales, subyugar al sector petrolero a los intereses materiales de la dictadura chavista y socavar nuestras relaciones con todas las sociedades democráticas del hemisferio, particularmente con Perú, Argentina y Estados Unidos. En el proceso, ha ahuyentado miles de millones de dólares en inversiones, así como cientos de miles de compatriotas que ya no ven un futuro en Colombia.
Ante la actual coyuntura, urge detener la gangrena. La historia reciente del populismo en América sugiere que Petro nunca entregará el poder pacíficamente a un opositor. Espero equivocarme, pero considero que si se celebran elecciones justas en el 2026, no aceptará los resultados y provocará una reacción tan violenta como la que provocaría un juicio político. Mientras más rápidamente consigamos su legítima destitución, mejor preparada estará la sociedad para enfrentar un posible golpe revolucionario.