“El contrato faraónico de Messi que arruina al Barça: 555.237.619€”, así tituló en primera página el diario El Mundo, el pasado 31 de enero. Más allá del lío mediático por la filtración del documento y del lío financiero del gran equipo, su cifra colosal es indicativa de la sociedad de la abundancia, de la sociedad del consumismo y el despilfarro que se ha encontrado, de súbito, retada, frenada y asustada por un virus letal que se expande y muta a variables más contagiosas y de mayor carga letal. La esperanza en la vacunación, a su vez, se ve frenada por la insensibilidad de los países ricos y poderosos que están rapando las dosis en cantidades tales que superan su propia población. El Presidente Biden posa de caritativo con los inmigrantes mientras acapara las dosis que le significarían vida y futuro a sus naciones de origen. ¿Cuántas vidas se pierden por un día de atraso en la vacunación? ¿Por qué no se dice nada de las investigaciones sobre tratamientos? ¿O es con los ojos de Mac Pato que las farmacéuticas se juegan a las vacunas porque son más rentables que el tratamiento? ¿Es por falta de ciencia o por falta de conciencia?
Reapareció el proteccionismo soberbio, la indolencia del gran dinero, el sálvese quien pueda, de los pasajeros del Titanic, el iceberg que rompió la solidaridad humana y que puede romper la sociedad democrática. Los dirigentes de la comunidad europea guardaron en sus pesados abrigos de invierno los valores del cristianismo que sustentaron su epopeya, al tiempo que renació el espíritu mezquino que les cerró a los náufragos moribundos del continente africano las playas de la libertad.
No hay dudas, estamos en una etapa de transición de la humanidad sin concebir aún el puerto de llegada ni los puertos de escala. Queramos o no seremos una sociedad distinta después de la pandemia. Raymond Aaron afirmó que la crisis de las ciudades griegas produjo “La República” de Platón y la crisis de Europa Central dio lugar a “El Leviatán” de Hobbes. ¿Seremos capaces en el Nuevo Mundo de construir la arrasadora utopía de la vida que presagiara García Márquez?
Como en la crisis financiera pasada, le ha tocado al Estado salir al rescate de los pueblos cuando tiende a desaparecer la globalización que tantas esperanzas despertara. ¿El Estado democrático se hará más fuerte para impulsar una sociedad más justa? ¿Ese Estado será capaz de encontrar modelos de crecimiento que permitan el ascenso humano cierto y sostenible? ¿Aparecerá la tentación totalitaria? Es tarea de la Política comprender e interpretar el escenario inmenso de la “polis” contemporánea, cuyos problemas ha multiplicado la pandemia.
Más allá del esplendor del espacio público es hora de darle prioridad a la calidad de vida al interior de los hogares. El regreso al rescoldo íntimo a que obligó el confinamiento sanitario nos hace recordar que es la familia la base de toda sociedad y que ha sido la familia ampliada la primera solución en el entramado difícil de la economía de los pobres. Atrás quedó la Civilización del Espectáculo, de la avaricia, y sus contratos de escándalo, pagados por los espectadores del mundo que aplauden los goles que salen de los pies mágicos de Messi.