Hace un par de semanas observamos a los gobiernos nacional y varios locales como los de Bogotá y Medellín homenajeando la ideología de género. Se colocaron pendones alusivos en la fachada principal de los edificios de entidades oficiales empezando por el Palacio de Nariño, se cambiaron los colores del escudo nacional en el logo de las redes sociales oficiales, y, como si lo anterior fuera poco, se izaron banderas LGTBIQ+ en reemplazo de las de los países Iberoamericanos en acto oficial encabezado por la alcaldesa de Bogotá quien, al cerrarlo, pidió ¡¡Ley Trans YA!!
Ante semejante exaltación, cabe preguntarnos ¿será que estamos arribando a inusitados estadios de progreso y desde el ejecutivo quisieron recordárnoslo? Tratemos de responder dándole una sucinta mirada al proceso social que desembocó en la ideología de género.
El feminismo auténtico en buena hora surgió después de la 2ª Guerra Mundial aportando a la sociedad más humanidad, mediante la irrupción progresiva de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad distintos a su centro gravitacional del hogar. Se enfocó entonces en la equiparación jurídico – política de las mujeres con los varones, es decir en reivindicaciones justas y necesarias. En realidad, fue, y en buena parte sigue siendo, un movimiento que irreversiblemente extendió a las mujeres el valor sociopolítico de la igualdad frente a la ley: derecho al voto, eliminación de las limitaciones a la capacidad jurídica de la mujer casada, derecho de las mujeres a cursar estudios y ejercer cualquier profesión incluyendo la política, sin sacrificar su bella e irremplazable posibilidad de ser madre.
Sin embargo, con el tiempo vino un primer deterioro de un sector del feminismo. Este consideró insuficientes las conquistas jurídico – políticas y asumió una posición contraria a la familia, aceptando la premisa de que la opresión de la mujer se originaba en su rol de ama de casa y madre. Es decir, tomó casos particulares de mujeres injustamente tratadas en sus matrimonios como regla general, incurriendo así en la misma equivocación de quienes confunden los jueces con la justicia. Consecuencialmente este sector feminista se volvió anti-familia y proaborto.
Y desde finales del siglo pasado hemos tenido un deterioro aún mayor del feminismo auténtico con la aparición de la “ideología de género”. Cabe aclarar que el “género” es una categoría de análisis social que permite identificar los roles socioculturales que varón y mujer han desempeñado a lo largo de la historia. De esta manera el género facilita distinguir lo natural que otorga la biología a los sexos, del componente cultural y social que la sociedad asigna -a veces injustamente- a varones y mujeres.
Esta perspectiva es legítima pues contribuye a lograr una sociedad más justa a través de políticas de equidad e igualdad. Pero cuando la distinción entre lo natural y lo sociocultural degenera en una oposición entre naturaleza y cultura y en una rebelión frente lo recibido (el sexo, el cuerpo, el alma), el género se transforma en una ideología con pretensiones de transformación social, o más precisamente en un sistema de deconstrucción de la familia. Es de dicha rebelión de donde se derivan distorsiones de la esencia de lo humano hasta llegar a considerar la masculinidad y la femineidad como “construcciones” y “elecciones”, y no algo intrínsecamente natural de donde nace una identidad específica. Por esto no es de extrañar el posterior surgimiento del pansexualismo: a la sigla LGBT se le agregó la I de “intersexo”, y el signo más (+) o sea, el todo vale. De esta manera el género queda convertido en una autodeterminación individual, que sigue el criterio de “actúo, luego soy”.
De seguirse ampliando la ruta descrita, el pronóstico se torna reservado, pues aspectos tales como la descomposición familiar y sus consecuencias sociales, tienen en el deterioro del auténtico feminismo buena parte de sus causas.