Cuando visité al Ecuador por primera vez en mi vida, tuve una emocionante sorpresa. No era como me lo habían contado los catedráticos, ni como lo había estudiado en libros. El Ecuador es como yo lo había soñado. Paisajes desafiantes, selvas y montañas, valles cerrados y sombríos, territorios arriscados y abruptos. Fue en un agosto inolvidable. El sol brillaba en Bucaramanga y hacía palpitar la vida. Me recibían como miembro de la Academia de Historia del Ecuador. Entonces dije y hoy lo repito. La riqueza del Ecuador no está en su trabajo embrujador, ni en la caña de azúcar, el café, el banano, el algodón, ni siquiera en el poderoso petróleo. La riqueza del Ecuador está en el hombre.
El ecuatoriano mira la vida con ojos de propietario; Es tal la seguridad y la fortaleza de su carácter, que a veces piensa que lo que tiene frente a sí no es suyo y su semejante es un compañero. Piensa que nació para luchar y aunque esto debe ser analizado, yo si prefiero la altivez decorosa al servilismo abyecto. Las minorías con coraje son las que con su liderazgo formidable convierten la manigua en centros de civilización y progreso. Los fangales los rellenan y los convierten en parques hermosos y paradisiacos. En unas de las tantas cañadas del Ecuador se construyó la Universidad, una de las instituciones más calificadas.
El presidente Faustino Sarmiento, de Argentina, hizo famosa su frase: “Gobernar es poblar”. En el Ecuador se ratificó este apotegma. Gobernar es educar, capacitar y formar a un pueblo. En Colombia sobran literatos mediocres y faltan científicos. Hasta hace poco el petróleo, el carbón, el hierro y el oro nuestro lo explotaban los extranjeros, por falta de profesionales altamente especializados de la nación. Fue el Ecuador el que inicio la revolución científica y tecnológica en nuestro medio.
Rodrigo Borja, con su magistral obra, ha demostrado lo que puede un hombre sacudido por el noble afán de superación científica y humanística al servicio de sus conciudadanos. Rodrigo Borja ha ocupado cargos destacadísimos. Su presidencia dejó huellas de león por su transparencia, su honestidad, su pasión por el trabajo y su voluntad indomable de modernizar la administración. En todo se siente su legado. Es de esas personas que nacieron para conducir y no para ser conducido.