Este domingo se elige a congresistas y se definen dos candidatos presidenciales. ¡Vaya responsabilidad! Nos jugamos muchísimo, pues en las manos de quienes elijamos está nuestro destino. Escucho mucho decir a los jóvenes, algunos totalmente indiferentes y enajenados de la realidad política y pública del país, parafraseándolos, que “no les importa quién quede pues ellos nada que ver con lo público, pues su mundo es lo privado, negocios etcétera.”
¡Qué equivocación! Lo público es determinante de lo privado. ¡Los congresistas hacen la ley! Miren tantos casos (Venezuela). Hay que elegir gente seria. No elijamos mitómanos con títulos inexistentes y obstinados con sus ideologías y gustos personales. Como el caso del falso doctor, un señor que nos vendió el cuento de experto urbanista y es un desastre como administrador y planeador. Vendió la idea del supuesto “interés general” pero detrás estaba su interés particular, meter Transmilenio por dónde sea, destruir Bogotá, que nunca hubiera metro, para sacar adelante su negocio. ¡Mucho cuidado! se camuflan muy bien para hacerse elegir. Una vez elegidos sufren una metamorfosis, que los hace ver ridículos y cuyo discurso no lo cree nadie.
Este falso doctor, por ejemplo, nos habla como si fuéramos las sirvientas de su casa, con un acento de gomelo sesentón y pinta de fajardista – mockusiano, se le oye decir que “el problema del Transmilenio por la carrera séptima es un tema clasista de personas que consideran esa zona de Bogotá muy exclusiva” ¡Qué tal el mamertazo!”. Este país se merece su suerte por dejarse deslumbrar fácilmente. Les encanta el matemático - aunque dejó a Antioquia con un déficit de miles de millones de pesos-, por su look relajado y rebelde. Aspecto muy parecido al del falso doctor. Les privan los coscorrones. Entre más duro les den más respeto, más admiración y más serviles se vuelven. Y, la verdad, este país necesita ser manejado a punta de coscorrones. No nos digamos mentiras. Nada a las buenas se logra sacar adelante. Coscorrón = respeto.
El falso doctor necesita alguien que le de un coscorrón y le diga que una ciudad no se maneja a su antojo (y esto es extensivo a los gustavos), quienes gobiernan movidos por el resentimiento social y el síndrome de persecución. Eso déjenlo para sus apartamentos y fincas. Allá si pueden usar esa voz brabucona: ¡Póngame ese florero allá! ¡Esa mesa no me gusta en el centro! ¡Quién me movió mi Transmilenio al estudio!