Quien tenga la oportunidad de visitar el complejo militar de Tolemaida no debe dejar de conocer el que bien podría llamarse “el museo de la ignominia”.
Se trata de una muy bien dispuesta exposición que ha organizado la brigada donde se forma el personal especializado en el peligroso oficio de limpiar de minas los territorios sembrados con estos mortales artefactos. También se crían allí los perros que se utilizan en el rastreo de estas minas que son pastores belgas, toda vez que tienen un olfato aún más desarrollado que el de sus primos caninos los pastores alemanes.
En este centro que goza de gran prestigio internacional pues recibe alumnos de diferentes países de la región funciona -como he dicho- el “museo de la ignominia”. Que no es otra cosa que la exposición retrospectiva de lo que ha sido el desarrollo a través del tiempo de los artefactos explosivos que ha ideado la mente perversa de la guerrilla para amedrentar, herir, asesinar y mutilar a la sociedad civil a lo largo de los años.
Cosa curiosa que poco se conoce: quien ha estado a la vanguardia de los avances en esta perversa tecnología ha sido el Eln: no las Farc, que apenas utilizaban los toscos tatucos explosivos para bombardear los poblados civiles que atacaban. Los más refinados y letales artefactos en esta terrible carrera contra la población civil han sido desarrollados por el ejército de liberación nacional (Eln) que, en estas materias, siempre ha llevado la delantera.
Dentro de las violaciones al DIH más vergonzosas que contabiliza la larga guerra que se libra en Colombia desde hace décadas, las minas antipersonales son acaso la mayor de todas estas infracciones. Desde que se llevan registros se han detectado minas antipersonales en 493 municipios ubicados en 32 departamentos. Hasta el año 2016 éramos el segundo país del mundo donde se registraban más atentados de esta índole contra la población civil. Hoy, quizás gracias a los acuerdos que se celebraron con las FARC, ocupamos el todavía nada honroso sexto lugar en este ranking de la ignominia y de pisoteo al DIH.
Quien no quiera tener una visión de frías estadísticas sino vivencial de lo que representa este triste fenómeno, puede ver la magnífica película “los colores de la montaña”, del director colombiano Carlos Arbeláez que se rodó hace algunos años y donde se describe patéticamente la manera como afectan las minas antipersonales la vida de una sociedad en un pueblo del oriente antioqueño.
Las minas antipersona y el secuestro extorsivo son quizás las dos violaciones más repugnantes contra el DIH que se han inventado los grupos alzados en armas en Colombia. A pesar de los retruécanos verbales de Antonio García tratando de demostrar fallidamente que lo que practica el Eln no son secuestros sino retenciones, o del olvido en que a veces cae lo que significan las minas antipersonales en el historial subversivo del país, es evidente que allí siguen, lacerantes, como los dos agravios más repugnantes contra el DIH que se han cometido -y aún se cometen- en Colombia.
El gran desafío que tienen las negociaciones de la paz total, las que están en curso o las que se inicien en el futuro, consiste en recordarles y exigirles como verdaderas líneas rojas a quienes se sienten en una mesa de negociación que es inaceptable buscar la paz en Colombia sino se renuncia de una vez por todas -y de manera radical- a estas prácticas vituperables: recordadas, la una en el “museo de la ignominia” de Melgar, y la otra, en las declaraciones altisonantes de los jerarcas del Eln.