En el diagnóstico de la política internacional, las alianzas, las coaliciones, incluso los alineamientos (que son, esencialmente, expectativas), son como radiografías. O como biopsias. Permiten ver lo que hay bajo la superficie. Revelan la naturaleza de las células de las que está hecho el tejido de las relaciones internacionales. Quién está con quién, quién contra quién. Quién teme a quién y a qué le teme. Dónde convergen o divergen los intereses de unos y de otros. Anticipan, también, lo que podría sobrevenir. Y sugieren el tipo de terapéutica que los involucrados piensan que es preciso o conveniente aplicar. Una terapéutica que, a veces, puede ser contraproducente, porque nunca nadie puede estar completamente seguro de sus efectos secundarios ni de sus interacciones.
Por eso resulta tan importante el anuncio hecho por Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, de la creación de Aukus. Un acrónimo incómodo de pronunciar (awkward, han dicho algunos comentaristas angloparlantes, jugando con la fonética, y el propio presidente Biden reconoció que “suena extraño”). También incómodo geopolíticamente hablando, aunque, en ese sentido, para nada extraño. Un acrónimo que incluso rima con Anzus: la entente conformada justo hace 70 años, aunque en otro contexto, por Australia, Nueva Zelanda y (¡cómo no!) Estados Unidos.
Por ahora, sus creadores se han cuidado de llamarla “alianza”. Han preferido edulcorarla, presentándola como una “asociación trilateral mejorada de seguridad”. Un eufemismo que poco convence, sobre todo a China, que se ha dado por aludida y ha revirado al instante, reprochando a los implicados su “mentalidad de Guerra Fría y sus prejuicios ideológicos”.
Por otros motivos, también Francia ha expresado su disgusto. Aukus ha entrado en escena ofreciendo dotar a Australia de “submarinos de propulsión nuclear, dotados de armas convencionales” -lo de “convencionales” ha sido doblemente subrayado-. Una oferta que ha llevado a Canberra a cancelar un multimillonario programa conjunto con París, orientado también a reforzar sus capacidades submarinas.
De nada han servido las calculadas palabras de Biden, sobre Francia y su “sustancial presencia indo-pacífica”, para amortiguar lo que ésta considera, literalmente, “la exclusión de un aliado y socio europeo (…) de una asociación estructurante con Australia”.
Es de suponer que el malestar francés será también europeo. La presentación en sociedad de AUKUS coincide con la de la estrategia de la Unión Europea para el Indo-Pacífico. ¡Primero Afganistán y luego esto; primero Trump y ahora Biden! Cero y van dos notificaciones por conducta concluyente por parte de su principal amigo, socio y aliado -se supone- del otro lado del Atlántico. Con razón los franceses han aprovechado para volver a plantear “alto y claro, la cuestión de la autonomía estratégica europea (necesaria) para defender nuestros intereses y valores en el mundo, incluso en el Indo-Pacífico”.
El nuevo chico del barrio ha llegado haciendo ruido. Y en medio del ruido. Un ruido geopolítico que, a diferencia de la vida -según Macbeth-, sí que está lleno de significado: para sus socios fundadores, para el vecindario indo-pacífico, para China, para Europa, y, por lo tanto, para el mundo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales