Joaquín Luna Serrano, nacido en 1898 en el municipio santandereano de San Andrés, fue un sacerdote católico que en 1936 fundó la obra que llevó su nombre en el municipio cundinamarqués de Albán, de allí extendió su obra al resto del país, sus granjas fueron modelo de protección a la niñez colombiana, al punto que influyó decisivamente en la creación del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF en 1968.
La gran visión y aporte del Padre Luna consistió en reconocer la necesidad de protección de miles de niños, niñas y adolescentes que la violencia dejaba sin hogar y abandonados, en una época que no reconocía derechos a los niños, organizando internados con escuelas.
El Padre Luna vivió en la Parroquia de San Diego, en la séptima con veintiséis en Bogotá, recorría las calles de la ciudad para recoger a los pequeños que deambulaban a su suerte, lo mismo hacía por los campos, especialmente de Boyacá, Cundinamarca y los Santanderes. En sus granjas el modelo pedagógico consistió en brindar hogar, escuela y trabajo.
Esa formación fue transformadora. En la seguridad y confianza de ese gran hogar aprendimos a sobrevivir, a esforzarnos día a día, de lunes a viernes nos levantábamos sobre las cuatro de la mañana, hacíamos aseo de la casa, ayudábamos en el cuidado de los animales, apoyábamos a las señoras de la cocina; en la mañana asistíamos a clases regulares, luego del almuerzo trabajábamos en la huerta, recogíamos leña, arreglábamos los jardines, cuidábamos los hidropónicos, hacíamos deporte, teníamos un espacio para las tareas académicas; luego de la comida, pasadas las siete de la noche todos estábamos recogidos en el gran alojamiento durmiendo. Los fines de semana eran para lavar nuestra ropa, hacer deporte, ver alguna película, ir al médico.
De alguna manera ese fue nuestro primer contacto con el mérito, cumplir nuestros deberes era algo normal, esperado, valorado, pero nunca exaltado, al final de cuentas era la contraprestación por estar allí; cuando había un esfuerzo adicional, cuando se trabajaba un poco más de lo esperado, cuando se rendía ejemplarmente en la escuela, cuando se cuidaba de mejor manera nuestra casa, el bien común, aparecían las recompensas que nos alegraban la vida, un viaje a algún sitio de interés cultural, algo de ropa, casi siempre de segunda mano pero en buen estado ¡hasta un paquete de gudiz al borde del vencimiento era recompensa! Vivíamos en una fraternidad que nos ayudó a enfrentar la dura experiencia de vivir, aprendimos a gestionar de la mejor manera la frustración y la escasez.
La obra física del Padre Luna ha desaparecido, queda el resultado inmaterial de su gran aporte, miles de personas que han desarrollado su proyecto de vida a partir de sus fundamentos. Quienes nos beneficiamos de su gran esfuerzo lo recordamos en la intimidad de nuestros corazones, de nuestras familias, mantenemos el deber de gratitud de no dejar olvidado su legado. El inicio de año es buena oportunidad para recordar su paso por este mundo. ¡Gracias padre Luna!
@domingoanimal, luisdomingosim@gmail.com