La visita oficial del presidente Gustavo Petro a España contó con una entrevista de hora larga con la directora del diario El País. Algunas de sus apreciaciones permiten entrever por un lado la impaciencia ante el debate que suscitan las reformas, como sus cálculos, que lo definen, cada vez con más claridad, con afirmaciones que miran una nación distinta, como si la viéramos desde un diferente ángulo.
Un filtro a los primeros treinta minutos, para ir por partes, deja entrever por un lado su nuevo estilo, el de la segunda fase, como la nombra, cada vez más parecida a su gobierno en la alcaldía de Bogotá, con sorpresas en el cambio de gabinete, incluyendo a alfiles de la más alta confianza y con sus trinos dirigidos al Fiscal de la Nación.
Habla con palabras típicas de su trayectoria de fuerzas de resistencia y de anti-cambio, sin entrar a pensar que en democracia prevalece el diálogo abierto, como el mismo lo dice, antítesis de la imposición. El título de la entrevista llamó la atención sobre la frase del presidente: “El cambio es más difícil de lo que pensábamos”, que sustentó con el término de la batalla del cambio. Esa que es la almendra o razón de ser de todo político y gobernante: se gobierna para hacer un cambio, en esperanza de mejora.
Atribuye a la resistencia al cambio a “grupos muy privilegiados” que han creído como neoliberales que la acción del mercado (hacer empresa) puede garantizar derechos, en contraposición con su tesis de que el puro mercado no puede y se hace fundamental la presencia del Estado y un mayor peso de lo público.
Es cierto que puede haber resistencia por intereses particulares, pero también porque es el contrapeso legítimo a una nueva norma que no conviene o a la consideración de un retroceso de logros alcanzados por décadas. Los medios, la prensa, los partidos políticos pueden actuar por tener razones distintas a impedir por impedir, no se trata de oponer por oponer.
Grave, entonces, es poner los términos de resistencia como oposición irreflexiva. No se puede desconocer el esfuerzo, incluso de tendencias contrarias, capaces de debatir y pasar la reforma tributaria y el mismo Plan Nacional de Desarrollo. Injusto es decir tanto para el Congreso como para los empresarios -que están poniendo el pecho con las mayores cargas impositivas- que las reformas las trataron de hundir los partidos tradicionales porque “no fueron capaces de resistir ante la presión de los dueños del capital”.
La reforma laboral no tiene propiamente resistencia por los cambios en la jornada de trabajo, que ya los ha habido, sino porque el interés prioritario está en estimular el empleo y reducir la informalidad, con alternativas que se abrieron incluso en la pandemia.
La entrevista quiso, varias veces, enfatizar, y tal vez entender, el discurso del balcón del 1 de mayo del presidente alentando al pueblo a salir a la calle. Es un reconocimiento a la forma como invitó “a la gente a salir de la barricada en el estallido social y usar las urnas”. Ahora no se llamará estallido social sino batalla por el cambio.
Esa manifestación, denominada el estallido social, se permeó de vandalismo y bloqueos en carreteras que afectaron fuertemente la economía. El llamado de resistencia, como lo decían también por entonces, debe venir de una investidura presidencial que invite ante todo a la manifestación pacífica. Se entiende que “si la sociedad se mueve, eso se refleja en el Congreso porque este es un espejo de la sociedad”, que será una forma futura de presionar al Legislativo, esperemos que respetando las instituciones.
* Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI