Recuerdo que hace muchos años, durante alguna de mis madrugadas sonámbulas en la universidad, el profesor cualquier-nombre-y-apellido que dictaba la asignatura de derecho-de-lo-que-sea le tendió una trampa colectiva a mi clase con un intempestivo quiz de control de lectura sobre el texto de turno que debíamos estudiar. Si bien ya no sería capaz de evocar exactamente la pregunta, sí recuerdo muy bien la respuesta o, mejor aún, la localización exacta de la respuesta: una discreta nota al pie de la séptima página camuflada entre manchas de tinta y café con leche.
Tras tal acto de tamaña mala fe, lleno de sevicia y premeditación docente, algún ingenuo pichón de abogado con efímera valentía le encaró reclamándole que lanzar una pregunta así no solo era abiertamente injusto, sino que revelaba una más que evidente intención torticera de que todos perdiéramos la materia. “¿Por qué? ¿Acaso las notas al pie no hacen parte del texto?” se defendió el profesor cualquier-apellido. En su momento, y al igual que todos mis futuros colegas que habían caído en la celada, estaba convencido de que no, pero conforme aprendo a leer mejor empiezo a darle la razón al profesor cualquier-apellido. Las notas al pie no solo son parte íntegra del texto, sino que, incluso, hoy me atrevo a afirmar que son la más importante.
Si nos centramos en las notas al pie que contienen comentarios o aclaraciones hechas por el mismísimo autor, hallaremos prácticamente un segundo texto, cuyo tono suele diferir mucho del central que se está leyendo. No son pocas las ocasiones en las que, a la mitad de algún encorbatado artículo doctrinal de Princeton sobre el imperio de la ley, me he encontrado con uno que otro chiste o apunte ingenioso que me arranca una sonrisa y al que solo se puede llegar dando saltos entre secciones siguiendo números superíndices, como si de una yincana se tratara. Como si el alma del escritor se partiera en dos, en la parte superior que todos leen tenemos al Doctor Jekyll, con su aire formalista y ceremonial, tratando de reinventar el Derecho y, más abajo, solo para los curiosos de verdad, está Mr. Hyde haciendo de las suyas, burlándose de su disciplina y hasta de él mismo.
Otro elemento particular es la tendencia de las notas al pie a romper la cuarta pared con el lector. Cada vez más este espacio deja de ser el cementerio de las referencias bibliográficas y se nos descubre como una ventana íntima a la forma de pensar del autor, siendo utilizado para entablar un diálogo directo e informal por medio del cual se discuten con mayor cercanía algunos puntos que, por la razón que sea, no consiguieron abrirse paso hasta la frialdad del texto principal escrito en tercera persona. Es aquí donde el autor puede contar su verdad más allá de la académica, plantear cimientos de futuras teorías e incluso discrepar consigo mismo con la libertad de haber apagado la grabadora, pudiendo decir lo que quiera off the record. Algo que el profesor cualquier-apellido entendía así también y con toda razón.