El mundo ha sido testigo de cómo, en distintas latitudes, se ha venido creando una corriente que pretende revisar la historia, no para recordarla y aprender de ella, sino para narrarla de manera diferente y muchas veces para tergiversarla.
Se olvida que los hechos obedecen a un contexto, político, social, cultural y económico en el que se desarrollaron esos acontecimientos; que los parámetros para juzgar, si se quiere, esa historia, no pueden ser los mismos con los que hoy se evalúa el presente, porque las circunstancias e incluso los paradigmas han cambiado. Lo que antaño era connatural al desenvolvimiento del acaecer socio-político, hoy puede ser visto como anacrónico, calificado de injusto y/o violatorio de lo que entendemos como derecho, pero que entonces no aparecía como tal.
Cohonestar o acceder a cambiar los relatos históricos no contribuye a extraer lecciones ni a aprender del pasado, precisamente para no cometer los mismos errores o para repetirlo. Al contrario, lo que sucede es que se niega esa posibilidad a las nuevas generaciones.
¿Quién puede dudar hoy, al menos en occidente, que la mujer es un sujeto de derecho que debe ser entendido y tratado igualdad de condiciones respecto de los hombres? No obstante, hubo una época en la que no fue así. En este ejemplo, vemos que la lucha de importantes movimientos sociales condujo a que las garantías y obligaciones fueran reconocidas para que finalmente la mujer pudiese ser considerada en su integridad; lo mismo puede decirse en relación a otras poblaciones: mestizos, indígenas, blancos o afrodescendientes, que, dependiendo del territorio o región, fueron instrumentalizados e ignorados, y, por tanto, desconocida su calidad de persona.
¿Qué decir de los métodos para aplicar sanciones o penas? ¿O de la utilización de la violencia con fines políticos? Lo que antes era apenas propio de un momento en el cual la riqueza de las naciones se medía por la extensión de sus tierras, o por el armamento o ejércitos con que contaran, hoy resulta desueto si se considera que la riqueza y pobreza de los territorios se mide en variables de desarrollo sostenible, en indicadores de igualdad y equidad, niveles educativos de la población, recursos naturales y biodiversidad.
De lo que se trata entonces al revisar la historia, no es de hacer un proceso de juzgamiento de acuerdo con los estándares actuales, sino de comprender en qué contexto se desenvolvieron y bajo qué parámetros de la época correspondiente, los diferentes sucesos, así como la acción de los dirigentes y sus pueblos.
Por ello resulta incomprensible ver cómo se destruyen estatuas, esculturas y obras que han dejado plasmados para la historia ciertos hitos icónicos de las diferentes etapas de las naciones y del mundo.
Vale la pena recordar cómo, personajes como Alberto Dangond Uribe, quien a sus 90 años continúa estudiando y reflexionando, enseñaron y divulgaron la historia universal, demostrando que ella no puede ser comprendida y aprovechada si se hace caso omiso del ambiente cultural, artístico, filosófico, literario, sociológico, jurídico, político y económico que rodea cada hecho que la conforma, y que para que los hombres, los pueblos y las naciones tengan un mejor futuro es necesario conocer y aceptar el pasado como fue y no acomodándolo con propósitos perversos, produciendo una falsa narrativa se aleja de la historia para convertirse en cuento.
@cdangond