Más de medio mundo acudirá este año a las urnas, en una maratón electoral que ya comenzó. Ya se advirtió desde esta columna que algunos de estos comicios podrían tener repercusiones internacionales, más allá de las que entrañan para cada país y su gente. Unos serán auténticamente democráticos y otros, meras farsas y, en algunos casos, un ritual híbrido, reflejo del régimen político que los convoca.
Para las democracias que realmente se empeñan en serlo, las elecciones tienen una importancia esencial y existencial: de las elecciones periódicas, competitivas, justas, transparentes y confiables, depende que las democracias sean democracias y que puedan funcionar como tales.
Hay otras razones, más coyunturales -aunque algunas podrían convertirse en estructurales-, por las cuales las elecciones de este año resultan cruciales para las democracias. Prácticamente en todas, distintos factores (combinados en proporciones variables) enrarecen el clima político: la situación económica, la criminalidad organizada, la polarización y la fragmentación social, la pérdida de credibilidad y la desconfianza en las instituciones, la erosión del Estado de derecho. A lo que cabe añadir, de una forma particularmente preocupante, la interferencia extranjera, y la desinformación y la malinformación, que son vino viejo que ahora viene en el odre nuevo de los efectos adversos de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial.
Esta última tiene, en efecto, un potencial cada vez mayor como perturbador de los procesos electorales. Las nuevas herramientas de IA generativa permiten, a costos muy bajos y con una velocidad y facilidad extraordinarias, distorsionar información y crear piezas audiovisuales e imágenes verosímiles que falsean o alteran la apariencia, la voz o las acciones de las personas, todo lo cual circula y se reproduce por variados canales (sobre todo, a través de las redes sociales). No se puede fortalecer ni preservar la calidad de la democracia si se ignoran los desafíos que esto plantea, que no sólo conciernen a las autoridades, los partidos políticos, y la ciudadanía, sino que implican también a los agentes tecnológicos.
Con razón, la relación entre IA y elecciones tuvo un lugar propio en la agenda de la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, que fue escenario de lo que sin hipérboles cabe considerar un hito histórico: la adopción, por parte de más de 20 empresas del sector, y por su propia iniciativa, de un “Acuerdo tecnológico para combatir el uso engañoso de la IA en las elecciones de 2024”.
Habrá que ver qué otras compañías se suman a él, y qué tanto se comprometen sus signatarios a la hora de emprender acciones concretas para asegurar el cumplimiento de los 7 objetivos del acuerdo: Prevención, verificación de procedencia, detección, protección reactiva, evaluación, concienciación pública, y resistencia. Pero no cabe duda de que, como lo señaló el presidente de la Conferencia, Christoph Heusgen, “es un paso crucial para avanzar en la integridad de las elecciones, aumentar la resiliencia de la sociedad y crear prácticas tecnológicas fiables".
Ojalá el acuerdo sirva de inspiración y precedente para otros, cada vez más urgentes, en las múltiples áreas de la gobernanza global en que el involucramiento del sector privado es tan necesario como insustituible.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales