Todos los días ocurren situaciones que nos pueden hacer perder la fe en la humanidad. Las noticias son, en su mayoría, terribles. Sí, también hay otras buenas, pero pareciese que estas no venden.
¿Dónde ponemos nuestra atención? ¿Cuál es nuestro enfoque? Las buenas fotografías son tomadas no por el lente de la cámara sino por nuestros propios ojos. Antes de la foto, así sea inconscientemente, nuestra mirada se pasea por la escena que vamos a capturar: el paisaje lejano, los rostros en plano medio o el detalle de una abeja posada sobre una flor, cuando las dos están cumpliendo con su cometido vital. Sí, también podemos registrar la tristeza, el dolor, incluso el sufrimiento.
Todo ello hace parte de la vida y es preciso reconocerlo, no para quedarnos eternamente en el fango de la miseria emocional, sino para agradecerla, integrarla y trascenderla, para aprender de lo vivido y hacer que haya valido la pena. De eso se trata la sanación. Pero, si no tenemos cuidado, en la cotidianidad se nos pueden colar mensajes que nos mantienen en la desesperanza, la desilusión o la rabia.
Tenemos la posibilidad de elegir, de filtrar la realidad. No se trata de cerrar los ojos ante lo terrible que ocurre cada día en lo político, lo económico, lo social, el ambiente, nuestras relaciones o nuestros procesos de salud y enfermedad. La invitación de la vida, que no reto ni desafío -palabras de moda, pero que provienen del lenguaje de la guerra-, es a que revisemos todo eso que pasa sin juicio y en primera persona, para de verdad salir de los atolladeros en los que estamos. Sin juicio, pues se nos suele olvidar que somos compañeros de prekínder con los políticos corruptos, gobernantes ineptos, violadores y asaltantes, jefes aprovechados, parejas infieles o familiares desleales, de la misma manera que con las personas más sabias, compasivas y amorosas. Y en primera persona, puesto que lo de afuera es un espejo de lo que nos pasa por dentro, tanto individual como colectivamente.
Quien comete acciones alejadas del amor en verdad se está traicionando a sí mismo, aunque en su ceguera se ufane de sus logros. Cuando juzgamos a esas personas también nos traicionamos a nosotros mismos, pues igualmente nos alejamos del amor. ¿Y si les miramos con compasión? ¿Si nos observamos con compasión? Comprender y sintetizar lo cuestionable de la realidad en primera persona nos lleva a reflexionar qué en nosotros hay de eso que vemos afuera. ¿Cómo vibro con la corrupción, el abuso, el engaño? ¿Cómo puedo transformarme? Juan 8:7 narra estas palabras de Jesús: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.” Al transformarnos, transformamos al mundo.