La pandemia de Atenas empezó en el año 430 antes de Cristo en Abisinia, su mortífera garra llegó hasta Sicilia e Italia, en la primera oleada de doce meses hubo cien mil muertos, no se sabe si la produjo virus o bacteria. La guerra del Peloponeso se detuvo, el presidente Pericles declaró el estado de emergencia, limitó libertades, suspendió el funcionamiento de la asamblea, el comercio paró, muchos quebraron, un millonario calculó que sus créditos vencidos sumaban más de dos talentos en este período.
Hipócrates, padre de la medicina, benemérito a través de los siglos, hombre recto, había observado que los herreros eran los menos infectados con la plaga y sugirió el remedio de la llama, parecía que el calor debilitaba el agente trasmisor de la epidemia. Entonces las hogueras crecieron, se hacían con toda clase de objetos, la gente aportó artículos domésticos, ropa usada, muebles de madera y una nube de humo se apoderó del ambiente, no dejaba hablar, en el espolón del cántaro y en el puerto de Zea no cabían más fogatas.
En Atenas, a partir de Pericles, los habitantes usaban tapabocas pero no guardaban distancias, eso incrementó el número de víctimas; el puerto permaneció abierto mientras la luz de las antorchas brillaba, de los barcos descendían espectros con tos, fiebre y diarrea, los ciudadanos desesperados escuchaban a Sócrates que no creía en la rápida desaparición de la gran plaga repitiendo que la vida es efímera y que no debía temerse a la muerte. De repente, la peste se fue, finalizó la primera oleada, ya que volvería dos años después.
Con el Covid-19 muchos sostienen la teoría del calor, esperan un verano soleado salvador. Recuerdo, sin embargo, que la fórmula de Hipócrates no resultó, equivocado sería lanzarnos a hacer fogatas. Por fortuna en Colombia el ministro de Salud, Fernando Ruiz, tampoco la sugiere e insiste en que antes que aparezca la vacuna, en el aislamiento, las medidas sanitarias, en que actuemos solidariamente y en el cuidadoso regreso programado para vivir en relativa normalidad.