Esta columna cierra, sus ideales no | El Nuevo Siglo
Martes, 6 de Julio de 2021

Mi hermano Fernando, el dueño y autor de esta columna, murió. No dudo que en sus últimos instantes le haya pedido a la parca un tiempo extra para escribir su columna, pero no alcanzó. Junto con su cátedra universitaria, sus nietos, los caballos y Luz Clarita, su diminuta perra, que llevaba en brazos a todas partes, era una de sus motivaciones para vivir. Si tuviéramos que mandar al planeta Marte una muestra de lo que significa el idealismo y la angustia existencial, bastaría con que les dejáramos ver a los marcianos un día de la vida de mi hermano.

Actor e histrión por naturaleza, estudió teatro en las mismas aulas de Carlos Benjumea y Frank Ramírez, era liberal congénito y con una sensibilidad hiperactiva que le costó calumnias como aquella de las viejas beatas y el cura del barrio La María en donde crecimos, que por ser teatrero lo estigmatizaron de “marica” en la época en que esto era casi un delito. Hedonista y sensual se casó exageradamente joven con una mujer de belleza proporcional a sus altos estándares estéticos, con ella, Nazaret Bolívar, educó a sus dos hijos Santiago y Carolina, ardua tarea trabajando de día en una inspección de tránsito y estudiando en las noches derecho, su pasión, en la Universidad La Gran Colombia.

En la inspección de tránsito era notificador, el equivalente al mensajero, allí por primera vez se puso a prueba su talante insobornable, cuando le ofrecieron dinero para alterar el orden de unos expedientes y este hermano mío, que apenas tenía para sostener a su naciente familia, rechazó tajante el soborno y trajo a la casa la medalla que él mismo se acababa de poner, la de la honestidad y la honra. Cinco años más tarde su tesis de grado sobre la relación entre el ciudadano y la policía fue calificada con 5 (la nota más alta posible) y laureada para que se graduara con honores. Pero su espíritu sensible no fue ahogado por la frialdad de la ley y con un estilo singular y muy atractivo fue nombrado alcalde de Usme en donde, además de desarrollar una estupenda gestión, se hizo muy visible por su pelo largo y su bohemia irrenunciable.

Sacerdote de la democracia y el respeto por la justicia llegó a la personería de Bogotá y desde allí hizo todo en su poder para detener el cabalgar de proyectos tan perversos con Ciudad Bolívar, pero no logró detener el adefesio debido a que el galanismo en el último momento dio la espalda al país y entregaron la oposición a cambio de cuotas burocráticas. Más tarde, como procurador delegado para los derechos humanos, se aplicó a defender la dignidad de los presos colombianos, particularmente en México, en donde el trato que se les da a los nacionales caídos en desgracia, es atroz. En este tiempo fue objeto de ataques a su vida por cuenta del narcotráfico, pero el dolor que lo alejó del servicio público no vino del lado de los criminales, vino del lado del establecimiento que no resistió la integridad y la coherencia de mi hermano con sus principios.

Se fue y en suerte me ha tocado cerrar esta columna para siempre, pero lo que se dijo en ella está vivo, no puede perecer, porque de lo que escribía, en este espacio, es de lo que el mundo está sediento. Mi hermano, gracias a este espacio, todas las semanas, se ocupaba de lo que fuera su eterna obsesión: ¡La Justicia! 

Buen viaje, Papa Nanito, va a ser difícil vivir sin usted.