El descuido con que los Estados Unidos manejan sus relaciones con Latinoamérica no es nada nuevo, ni es un secreto para nadie.
Quizá por algunas duras equivocaciones pasadas, en las que la intervención norteamericana se vio como una funesta intromisión en asuntos internos de algunas naciones de la región, hoy su política hacia el continente es, dijéramos indiferente, exigua.
En otras épocas, especialmente durante “la guerra fría”, ocurrida al término de la II Guerra Mundial, Estados Unidos mantuvo una activa presencia defendiendo las democracias y tratando de detener la introducción del comunismo, por los soviéticos y la China de Mao, en nuestro continente. Una vez derrumbado el muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, y terminada la “guerra fría”, plagada de intrigas, sabotajes, espionaje, guerrillas y contraguerrillas, financiadas por unos y otros, su interés en la región decayó notoriamente.
Sin embargo, esa indiferencia es, sin lugar a duda, peligrosamente equivocada porque poderosos lobos acechan el vecindario. Me refiero muy específicamente a China y a Rusia que no desperdician la oportunidad de acrecentar su influencia en esta rica zona. Y valga la verdad, muchas de sus propuestas, como la financiación de megaproyectos en varias naciones Latinoamérica y las ayudas técnicas que permanentemente nos ofrecen, no dejan de ser muy atractivas para naciones con tantas necesidades.
Durante el gobierno de Obama se cometieron costosos errores en el área. Entre ellos, el restablecimiento de las relaciones con la dictadura de Cuba sin exigir de los Castro nada a cambio. Hoy vemos que las cosas en la isla siguen igual, el pueblo cubano aún no puede elegir directamente a sus gobernantes, ni goza de las libertades que las democracias del continente ofrecen a sus ciudadanos.
Durante los años de ese gobierno se consolidó la fuerza del Socialismo del Siglo XXI, (nuevo nombre del comunismo), con gobiernos tan desastrosos y corruptos como los de Cristina Kirchner, en Argentina, Lula da Silva y Rousseff, en Brasil. También se endurecieron las dictaduras de Daniel Ortega, en Nicaragua, Evo Morales, en Bolivia, y la tragedia venezolana bajo la tiranía de Nicolás Maduro.
Pero, tristemente parece que a Estados Unidos le interesa mucho más lo que ocurre en el Medio y Lejano Oriente, Ucrania o Corea, que lo que ocurre en su propio vecindario.
Poco ha hecho el gobierno de Donald Trump para hacer presencia en la región. ¿Dónde está su oferta decidida de apoyo a las democracias como Colombia o Argentina, que la requieren urgentemente?
Su voz poco se oye. Su política hacia el área no parece tener ruta establecida contra las dictaduras presentes y vigentes.
Su mayor preocupación es detener la migración de latinoamericanos hacia Estados Unidos y construir su detestable muro en la frontera con México. Peor aún, su lenguaje francamente antagónico ha sido doloroso para una región que debería ser tratada como vecina y amiga.
Míster Trump haría mejor en extender su mano a los países centroamericanos que se hunden en el desgobierno y el hambre. Un gran programa como el del general Marshall para recuperar a Europa, luego de la II Guerra Mundial, haría que esos migrantes regresen a sus tierras.
Si Estados Unidos lo logró en ese entonces, hoy, con un gran liderazgo, lo puede lograr otra vez. Ojo, o habrá que recibir las ayudas ofrecidas por otras potencias.