ESTEBAN DUQUE | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Noviembre de 2012

Mirar a Cristo

Surgirá  mañana una Iglesia purificada, pequeña, que tendrá que empezar todo desde el principio. Perderá adeptos y privilegios en la sociedad. Se presentará como la comunidad de la libre voluntad a la que sólo puede accederse por una decisión personal. Como pequeña comunidad reclamará con más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros. Su verdadera crisis apenas ha comenzado, pero al final, aunque no sea una fuerza dominante en la sociedad, permanecerá la Iglesia de la fe, visible a los hombres como la patria que les ofrece la vida y la esperanza más allá de la muerte.

Este es el pronóstico que Benedicto XVI realiza, y que supone la constatación no sólo de la crisis de fe en la Iglesia, sino también de la necesidad de la conversión y de que emerja la Iglesia de la fe, una Iglesia que deberá comprenderse a sí misma como una minoría creativa que tiene una herencia viva y actual, a través de la cual se verifica la contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época.
Conviene, por tanto, entrar en la mirada de Cristo, formar hombres que mantengan la mirada dirigida hacia Dios. Tenemos que entrar en la mirada de Cristo, porque Él es la verdad sobre el hombre. La imagen de lo que el hombre realmente es, Dios nos la ha puesto ante nuestros ojos en su Hijo. Antes de que se levantase esa imagen para que la viésemos, alguien dijo: “Mirad al hombre” (Jn 19, 8). Dios nos ha dado el valor para contemplar la imagen de nosotros mismos, la imagen según la cual hemos sido creados. Desde aquel momento en que el Amor desciende a la muerte y nos redime, no existe ya más abismo que no encuentre un destino de esperanza, de victoria y de vida eterna.
¿Por qué el Papa ha convocado un Año de la Fe? Quizá porque la Iglesia se ha convertido en una comunidad de paganos, que han dejado de creer. Son palabras del mismo Ratzinger, en una conferencia que llevaba por título Los nuevos paganos y la Iglesia, pronunciada en 1958. Hoy permanece -dirá Ratzinger- la cubierta exterior de la Iglesia, mientras que ha disminuido la convicción personal, el deseo de pertenecer a la misma Iglesia.

La Iglesia sólo puede ofrecer a Jesucristo desde una profunda conversión: “lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” .
Una conversión que significa aceptar los caminos que Dios ha escogido para manifestarse, a través de mediaciones humanas que realizan una caridad integral vivida en la comunión. En el libro IV de Emilio, Rousseau mantiene su escepticismo sobre estos caminos.

- “hay una serie de hombres que deben contarme lo que Dios ha dicho. Preferiría haberlo oído de Él mismo. Y esto, si hubiera querido, lo habría podido hacer fácilmente. Y en ese caso, no habría corrido el riesgo del engaño. Quizá se dirá que estoy seguro porque Él manifiesta la misión de sus mensajeros por medio de milagros. Pero, ¿dónde se ven esos milagros? ¿Están solo escritos en libros? Y, dime, por favor, ¿quién escribió esos libros?
- Siempre el testimonio de hombres. ¡Siempre son hombres los que me cuentan lo que otros hombres les han contado! ¡Cuántos hombres entre la divinidad y yo!”