Se acaba de celebrar la memoria de san Isidoro de Sevilla, obispo y doctor de la Iglesia, y una de las figuras cimeras y más influyentes de la filosofía medieval. Como todo pensador digno de ese nombre, no fue insensible a los vaivenes de su tiempo; y el suyo fue uno ciertamente agitado, lleno de incertidumbre y sacudido por importantes transformaciones. Acaso por eso se ocupó en reflexionar sobre el oficio de historiar (lo que luego se llamará historiografía), y en indagar sobre la naturaleza y sentido de la historia (lo que más tarde será cuestión de la filosofía de la historia). De ello da cuenta en sus Etimologías, prototipo de lo que después fueron las enciclopedias -y es ahora la internet-, de la que el Vaticano lo hizo patrono en 2001, aunque de eso la mayoría de los internautas no se haya enterado. ¡Qué distintas serían las cosas si se encomendaran a su intercesión de vez en cuando!
Para Isidoro, la historia pertenece al género de la gramática. Sólo la correcta escritura del pasado da verdadera utilidad a su conocimiento, y esa utilidad no es otra que la de instruir sobre el momento presente. Puede uno imaginarse al hispalense mesándose la barba al leer lo que actualmente se escribe, y cómo se escribe, acerca del pasado; aferrado al báculo para no colapsar ante el uso abusivo que algunos hacen de éste para explicar el presente; y cerrando el libro de un golpe, antes de que sea demasiado tarde para ahorrarse la desazón que produce la versión distorsionada del ayer que algunos emplean para justificar y promover su visión del mañana…
La de hoy es también, como la de Isidoro, una época agitada, llena de incertidumbre y sacudida por importantes transformaciones. Algún émulo suyo bien pudiera dedicarse a escribir una nueva versión de las Etimologías. Y si, por puro azar, en lugar de obispo fuera un estudioso de la política internacional, trabajo no le faltaría.
Porque alguien debería poner algo de orden en la discusión sobre el giro que están tomando los acontecimientos, y decantar la utilidad y la verosimilitud de los términos que integran, estridentemente, la tecnojerga de los especialistas y el discurso de los líderes políticos cuando se pronuncian sobre los asuntos internacionales. Apolaridad, interpolaridad, pluripolaridad, mundo múltiplex, no-alineamiento activo, autonomía estratégica, ambigüedad estratégica, centro y periferia, policrisis y permacrisis, norte global y sur global (¿dónde están los otros puntos cardinales?), hegemonía y post-hegemonía, potencias emergentes y potencias medias (y cualquier otra adjetivación aplicada a conveniencia) …Una piñata de vocablos y conceptos de la que puede salir todo y cualquier cosa.
Todo y cualquier cosa, menos un relato comprensible de lo que está ocurriendo. Porque lo que más falta actualmente en el análisis de las relaciones internacionales no son las teorías ni los enfoques, ni sonoros neologismos (unas veces cacofónicos y otras simplemente hueros), sino una gramática -especulativa, como la que Isidoro ponía en la esencia de la historia- que permita explicar los fenómenos políticos más allá de su inmediata apariencia y aceleradas mutaciones.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales