Los límites entre Europa y Asia por los Urales corren 2.500 kms. de norte a sur hasta Kazajistán y el Mar Caspio, doblan hacia el oeste hasta el Mar de Azov y el Mar Negro hasta el Bósforo. Esos límites son geográficos, no políticos. Para los europeos su continente tiene tres regiones: la Europa occidental, bien conocida por nosotros, la central conformada por los países del antiguo imperio austro-húngaro, incluida Ucrania y la del este, principalmente Rusia y Turquía, países que durante siglos fueron considerados como asiáticos, aunque sus capitales (Moscú y Estambul) quedan en la Europa geográfica. San Petersburgo, la capital de los zares, queda sobre el Golfo de Finlandia y está solamente a 380 kms. de Helsinki. Probablemente el alfabeto influyó en esa consideración.
Los pueblos europeos son parientes entre sí lo que se ha demostrado por la relación filogenética de sus lenguas, originarias del Oriente Medio e India (p. e. el avéstico y sánscrito), incluyendo el latín y el griego. Las tribus bárbaras (galos y germanos) que ocupaban el norte de la Europa occidental y las tribus invasoras como los vándalos, y godos, venían igualmente del oriente. Los arios, la raza blanca por antonomasia para Hitler, provenían de India. Recordemos que los hunos, unas tribus mongoloides, que provenían del Asia Central y dominaron extensas zonas de los ríos Volga y Danubio, llegaron a someter pueblos del Báltico, los Balcanes y el Mar Negro (alanos, sármatas, de origen iraní, y germanos). La sede de Atila (305-453) quedaba en la actual Rumania y gobernó el más grande imperio europeo de su época. En 452 el papa León I lo detuvo en Mantua cuando se aprestaba a tomar a Roma.
Desde finales del S. IX hasta la mitad del S. XIII en todas las zonas desde el Báltico en el norte hasta el mar Negro en el sur, y desde las cabeceras del Vístula en el oeste hasta la península de Tamán en el este, dominó la llamada Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas orientales. Bielorrusia, Ucrania y Rusia consideran que la Rus es el origen de sus naciones.
Casualmente encuentro en un libro que estoy leyendo (Orlando Figes, Los Europeos, 2021) un capítulo sobre las relaciones de Europa con Rusia en la mitad del siglo XIX. Europa siempre se había definido por el contraste con el mundo oriental, no como categoría geográfica sino como las periferias del sur dominado por la cultura islámica y del este, con Rusia como modelo, concebido como algo primitivo, irracional, indolente, corrupto y despótico. En su obra de viajes, La Russie en 1839, el marqués de Custine reforzó la idea europea de que Rusia era muestra del barbarismo asiático donde imperaba el despotismo del zar, la falta de libertades individuales y de dignidad humana, la desconsideración de la verdad y el servilismo de la aristocracia cuyos miembros eran en realidad esclavos. “No olvidemos que estamos en los confines de Asia” dijo Custine. Rusia aparecía como una potencia asiática agresiva y expansionista.
La revolución de octubre de 1917, acabó con el zarismo, estableció el gobierno bolchevique con Lenin a la cabeza y luego Stalin (los acontecimientos están bien descritos por Orlando Figes, A People's Tragedy: Russian Revolution 1891-1924, 1996).
Por el tratado de Brest-Litovsk en febrero de 1918, al que adhirieron en marzo los bolcheviques, los imperios centrales reconocieron la soberanía de Ucrania. Rusia renunció a Polonia, Finlandia, Letonia (Curlandia), Estonia, Lituania, Ucrania y Besarabia.
Los acontecimientos posteriores de la URSS hasta su disolución y luego la guerra actual son bien conocidos y me relevo de registrarlos.