Recorriendo la historia de Bogotá se pueden rescatar algunas características propias de su evolución y concluir que ella ha crecido de forma desordenada, que tiene déficits en las condiciones con que debe contar una urbe para satisfacer las necesidades de sus habitantes y que, de no asegurar que dirigentes y ciudadanos enfilen esfuerzos para hacer de ésta una ciudad que merezca el calificativo de la “Atenas Suramericana”, no será más que un territorio en cuyo espacio se desenvuelva, de manera caótica, la vida de millones de personas que claman por mejor calidad de vida y a las cuales no habrá cómo responderles.
Para rescatar el ADN de la ciudad es necesario volver al año 1538 y recordar que la fundación de “Nuestra Señora de la Esperanza”, nombre dado en sus orígenes a “Santafe´”, como se rebautizó luego, o de Bogotá, desde las épocas de independencia, se produjo en un contexto político y social conflictivo enmarcado por disputas propias de la Real Audiencia de Nueva Granada. Este territorio, antes de su fundación, ya contaba con una población de origen multiétnico y pluricultural. Fue casa de españoles, mestizos, e indios, instituido desde muy temprano (1550) como sede de Gobierno, y luego como capital de la Gran Colombia.
En 482 años de existencia en Bogotá han tenido lugar algunos de los más perennes hechos de nuestra historia, pero también donde se han producido los más trágicos momentos del país, todo lo cual ha moldeado su carácter.
Por lo que representó y por seguir siendo la capital de esta nación unitaria y descentralizada, continúa cobijando a una población de diversos orígenes, a la que ha debido extender todos los servicios que exige y merece para llevar una vida digna.
El crecimiento poblacional, ser epicentro de reuniones ordenadas y desordenadas de quienes llegan reclamando atención del Estado, unas veces motivados por causas legítimas y otras por el llamado de los que quieren sembrar, con fines políticos, el caos y el desorden, ha llevado que la planeación de la ciudad sea insuficiente, inadecuada y errática.
Aún con sus maravillosas condiciones, su diversidad cultural, su riqueza ambiental y clima ideal, no ha logrado consolidarse como la casa común que como capital de la República deber ser. Al contrario, por razones políticas, económicas, sociales, o todas en conjunto, la Bogotá actual, que tiene rasgos de megaciudad, es insegura, desigual e inequitativa. Se ha quedado muy corta en el cumplimiento de los fines que como capital debe garantizar.
Al celebrar 482 años, sus autoridades y ciudadanos deben reconocer aspectos positivos, relievando sus espacios y lugares emblemáticos, pero también identificar aquellos asuntos que merecen el concurso de todos. No puede eludirse más la necesidad de determinar el modelo de ciudad requerido para generaciones presentes y futuras, que permita a la capital constituir la ciudad región que, bien estructurada podría volver a llevarla a ser aplaudida por locales y extranjeros.
Bogotá debe proponerse, aún en circunstancias de pandemia mundial, -o incluso, aprovechándolas- recuperar los niveles de desarrollo que permitan ofrecer empleos, seguridad, movilidad, educación, ambiente sano, entre otros beneficios, a sus habitantes.
Es tiempo de volver a ser ejemplo con proyectos vanguardistas. Este territorio, con más de 8 millones de habitantes, en su cumpleaños 482, tiene enormes retos a la vez que grandes posibilidades de desarrollo.
@cdangond